Las alas del amor

Las alas del amor

von: Barbara Cartland

Barbara Cartland Ebooks ltd, 2018

ISBN: 9781788670999 , 298 Seiten

Format: ePUB

Kopierschutz: DRM

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Preis: 2,99 EUR

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Las alas del amor


 

CAPÍTULO I

1869

EL Archiduque de Wiedenstein se mantenía concentrado en la lectura del periódico, mientras que el resto de su familia, que desayunaba con él, guardaba silencio.

Siempre resultaba una comida algo intranquila, ya que nunca se podía asegurar el estado de ánimo del padre de familia.

El Príncipe Kendrick tomó la última tostada que había en el plato y después de cubrirla con mantequilla y mermelada, al estilo inglés, la comió a toda prisa, para luego retirar su silla.

En esos momentos su madre, la Archiduquesa, levantó la vista de la carta que estaba leyendo y tosió en forma significativa para mirar el periódico que ocultaba a su marido, aunque ní aun así obtuvo respuesta de éste.

—Leopold— dijo en una voz que sin duda alguna atraería su atención.

El Archiduque miró por encima de su periódico, demostrando irritación al ser interrumpido en su lectura. Su mirada se encontró con la de su esposa, por lo que se apresuró a decir:

—¡Sí, sí, por supuesto!

El Príncipe Kendrick y su hermana gemela, la Princesa Marie Thérese, llamada “Zena” por su familia, contemplaron a su padre con visible inquietud.

Tenían la impresión de que serían sermoneado una práctica bastante frecuente.

El Archiduque bajó el periódico con lentitud, lo colocó sobre la mesa y se quitó los lentes. Siempre que podía, evitaba usarlos en público por considerar que arruinaban su imagen.

Había sido, y seguía siendo, un hombre muy apuesto. En realidad, las monedas de Wiedenstein no le hacían justicia.

Toda su vida había sido adulado y admirado por las mujeres, un hecho que siempre había tratado de ocultar a su mujer, sin lograrlo.

—Su padre quiere hablar con ustedes murmuró la Archiduquesa en voz baja.

El Príncipe Kendrick se reprochó no haberse marchado antes, de la habitación; pero, aunque hubiera intentado hacerlo, estaba seguro que su madre le hubiera impedido escapar.

El Archiduque carraspeó.

He recibido dijo con lentitud y en tono severo, un informe de sus maestros, sobre los progresos logrados en su educación durante los últimos tres meses.

Se detuvo mirando a su hija y pensó que esa mañana se veía muy atractiva. Eso lo distrajo de su incipiente discurso.

En eso sus ojos se cruzaron con los de su hijo y la expresión del Archiduque se endureció.

—El informe sobre ti, Kendrick dijo, no es de modo alguno lo que yo esperaba. Todos tus maestros están de acuerdo en que podrías avanzar mucho más si te lo propusieras, y no alcanzo a comprender por qué no haces ese esfuerzo.

Lo hago, papá afirmó el Príncipe Kendrick con aire desafiante—, pero para ser franco, sus métodos de enseñanza me resultan anticuados y aburridos.

Aquella franqueza hizo que la Archiduquesa contuviera la respiración y que Zena contemplara con nerviosidad a su hermano. Es un mal trabajador el que se queja de sus herramientas— sentenció el Archiduque con agudeza.

—Si me hubieras permitido ir a la universidad...— empezó Kendrick.

Este era un viejo argumento y el Archiduque lo interrumpió:

—Entrarás al ejército. Es de fundamental necesidad que cuando ocupes mi lugar sepas cómo comandar tus tropas. ¡Y, sin duda, la disciplina militar te hará muy bien!

Se produjo un silencio que evidenciaba que el Príncipe Kendrick se esforzaba por mantener calladas sus opiniones. Mientras padre e hijo se miraban irritados, la Archiduquesa intervino:

—Continúa diciendo a los niños cuáles son tus planes, Leopold. Eso es lo que deben saber.

Como si le hubieran formulado una llamada de atención, el Archiduque continuó:

—Vuestra madre y yo hemos discutido los informes comunicados por los maestros. Los tuyos, Zena, no son mejores que los de Kendrick, sobre todo en lo que se refiere al alemán.

—Me resulta muy difícil la gramática alemana, padre— contestó la princesa—, y el señor Waldshutz es, como dice Kendrick, tan aburrido que es casi imposible dejar de dormirse en su clase.

—Muy bien, comprendo las razones— dijo el Archiduque—, es por eso que hemos decidido enviarlos, tanto a Kendrick, como a ti, a Ettengen.

—¡A Ettengen, padre!— exclamó Zena asombrada.

Es esencial que mejore el alemán de Kendrick, antes que vaya a Dusseldorf— aseguró el Archiduque.

Se escuchó la ahogada exclamación de Kendrick y su voz se tornó aguda al preguntar:

—¿Por qué debo ir a Dusseldorf y para qué?

Eso es lo que pretendo explicarte continuó el Archiduque.

Tu cuñado ha sugerido, y me parece una idea excelente, que pases un año en el cuartel de allí, para recibir el intensivo entrenamiento que se imparte a los futuros oficiales del ejército prusiano.

—¿Un año con esos fanáticos de la guerra y del derramamiento de sangre?— exclamó el Príncipe Kendrick. ¡Nada puede ser más parecido a los terrores del infierno, que eso!

Opino que será muy edificante para ti y que harás lo que se te manda contestó el Archiduque.

—¡ Me niego! ¡ Me niego de manera rotunda!— murmuró el Príncipe Kendrick. A pesar de su desafío, había una nota de desolada derrota en su voz.

—En cuanto a ti, Zena— observó el Archiduque, volviéndose a su hija—, ya que ambos hacen tanta alharaca cuando los separamos, viajarás con Kendrick a Ettengen a mejorar tu alemán, y cuando Kendrick se vaya a Dusseldorf, te casarás como lo hemos planeado tu madre y yo.

Si Kendrick había recibido la sorpresa de su vida, ahora había llegado el turno a Zena.

—¿Casarme, padre?— preguntó la Princesa mientras sus ojos reflejaban el horror que le causaba tal posibilidad.

—Ya has cumplido dieciocho años y desde hace algún tiempo estamos buscando un esposo adecuado para ti continuó el Archiduque—. En lo personal, deseaba que fuera uno de los Príncipe s de alguna nación vecina, pero, por desgracia, son ya casados o demasiado jóvenes.

Zena lanzó un leve suspiro de alivio y su padre continuó:

—Fue tu madre quien pensó entonces, que sería buena idea que te casaras con uno de sus paisanos. Después de todo, yo he sido muy afortunado al casarme con una parienta de la Reina de Inglaterra.

El cumplido hizo que la Archiduquesa inclinara la cabeza en señal de agradecimiento, y no resistiendo la tentación de participar en la conversación, comentó:

—Debes comprender, Zena, que siendo tú, hija segunda, se dificulta el encontrarte un Príncipe de sangre real para esposo y mucho menos un soberano Reinante, como hubiera preferido.

—¡ Pero yo no quiero casarme con… nadie, madre!

La Archiduquesa frunció el ceño.

—¡No seas ridícula!— respondió con voz aguda. Por supuesto que tienes que casarte y con Kendrick en Dusseldorf, lejos tuyo, cuanto más pronto, mejor. Yo sé lo insoportable que te pones cuando te separas de tu hermano.

Sabiendo que eran verdad las palabras de su madre, Zena miró su hermano gemelo, para descubrir que éste permanecía con el ceño fruncido, contemplando absorto a un tarro de plata, que tenía frente a él. Sin duda, estaba concentrado en sus propios problemas.

—Le escribí a mi hermana Margaret— continuó la Archiduquesa—, que como sabes es dama de honor de la Reina Victoria y disfruta de la confianza de Su Majestad. En realidad, hemos sido muy afortunados y me siento muy agradecida de contar con su consejo.

—¿Y qué te aconsejó ella, madre?— preguntó Zena, sintiendo que sus labios estaban resecos como para permitir que las palabras brotaran de ellos.

—Mí hermana Margaret contestó que, puesto que no hay Príncipe s de sangre real de la edad adecuada para ti, había sugerido a la Reina, que te casaras con un Duque inglés, recibiendo la aprobación de esta.

La Archiduquesa se detuvo, y para que Zena no dijera nada, continuó:

—Por el momento, hay dos Duques disponibles, cuyas familias por vía materna tienen alguna relación con la familia real. Tanto mi hermana como la Reina consideraron que un casamiento de este tipo constituiría una alianza ventajosa para ambos países.

—Pero... yo no quiero casarme con un... inglés, madre.

—¿Qué objeción posible podrías tener tú contra un inglés?— preguntó la Archiduquesa enfadada.

Zena pensó...