Muerte aparente en el pensar - Sobre la filosofía y la ciencia como ejercicio

von: Peter Sloterdijk

Ediciones Siruela, 2013

ISBN: 9788415803560 , 136 Seiten

Format: ePUB

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Preis: 9,99 EUR

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Muerte aparente en el pensar - Sobre la filosofía y la ciencia como ejercicio


 

1
Ascesis teórica, moderna y antigua


Así pues, esta tarde no se hablará de las implicaciones de la vida ejercitante en las artes de la Era Moderna ni en las ascesis atléticas y religiosas de la Antigüedad y de la Edad Media. Nuestro tema reza: la ciencia como ejercicio –alternativa:

la ciencia como antropotécnica, sin que aquí entre en juego este último concepto salvo en tanto que configuración del ser humano mediante la acción ejercitante sobre sí mismo–, prescindiendo de especulaciones sobre posibles manipulaciones eugenésicas y genéticas tal como, con mayor o menor seriedad, se ha venido planteando desde Platón hasta Trotski6. Ya la formulación de este subtítulo expresa la idea de que, en cierto modo, habría que entender el ejercicio de una profesión dedicada a la teoría como una ascesis, incluso como un proceder con cuya ayuda los agentes de la ciencia como tales se ponen en forma. De este modo, la ciencia no significa sólo la suma de sus resultados, sino que es asimismo el compendio de los procesos lógicos o mentales que ayudan a sus pupilos a dar el paso de un comportamiento cotidiano a uno teórico. Y, por lo demás, en lo que sigue minimizaré las diferencias entre ciencia y filosofía, y trataré a ambos vástagos de la cultura de la racionalidad de la vieja Europa como acuñaciones parejas del bíos theoretikós, sin entrar en sus peculiaridades y progresivo alejamiento recíproco.

Por lo que sé, la historia del proceso por el que el ser humano profano, al principio siempre e inevitablemente un adorador de los ídolos de su tribu, se transforma en un ser humano dedicado a la teoría no ha sido escrita; existe, de todos modos, entre las líneas de las historias de las ideas al uso. Por su propio tema, está presente donde se habla de las condiciones bajo las que se produce la asimilación de procedimientos científicos; es decir, la mayoría de las veces en las observaciones marginales, pedagógicas y antropológicas a las teorías del método. La estrecha relación entre ejercicio y método se manifiesta en la larga serie de propedéuticas que se extienden desde los cursos para principiantes de nuestros días hasta los modos griegos y pregriegos de introducción en los principios de la teoría. Mientras demos crédito a los fantasmas de una historia de las ideas orientada a «problemas fundamentales» o «resultados», seguiremos siendo proclives, como de hecho sucede, a pasar por alto fenómenos de ese tipo. Subestimaremos su importancia mientras no tomemos en consideración que todas las «ideas», teoremas y discursos se perderían como escritos en el agua si no estuvieran insertados en los continua de la vida repetitiva, que entre otras cosas garantizan también los cuños epistémicos y las rutinas discursivas. A éstas pertenecen, en primer lugar, antes de toda ciencia, aunque condicionándola íntimamente, los ejercicios de lectura y escritura de seres humanos dedicados a la teoría, por los que alta cultura y cultura escrita son expresiones casi sinónimas.

Para dar una idea de la amplitud del lapso de tiempo histórico en el que los fenómenos en cuestión pueden observarse en nuestro contexto cultural voy a presentar dos testimonios; uno relativamente joven, de comienzos del siglo XX, que representa la cúspide del desarrollo actual hasta ayer, y otro respetablemente viejo, que nos traslada al instante en que, con la fundación de la Academia ateniense, Platón llevó a cabo también la fundación de la filosofía y de las ciencias filosóficas.

Me permito comenzar nuestra excursión de hoy con un documento poco conocido, que me ofrece la posibilidad de presentar nuestro problema de forma casi cristalina. Citaré algunos pasajes de una carta que Edmund Husserl –desde 1906 catedrático de filosofía en la universidad de Gotinga y figura clave del movimiento fenomenológico que se iba manifestando desde 1900–, con fecha 12 de enero de 1907, comenzó a escribir al poeta Hugo von Hofmannsthal, que vivía en Rodaun, cerca de Viena. Como escucharán enseguida, compuso esta epístola filosófica con la esperanza de integrar en su proyecto teórico como aliado imaginario a ese autor, quince años más joven que él; o, dicho con mayor cuidado, para asociarle desde lejos no en una cooperación concreta, se entiende, sino como testimonio de una complicidad entre contemporáneos, unidos en la pasión no cotidiana por una concepción del mundo estrictamente contemplativa. Al dirigirse a Hofmannsthal, Husserl aprovechó una oportunidad, que a él le parecía atractiva, de constituir con el celebrado poeta de la Modernidad tardohabsbúrgica un frente de espíritus que, rodeados de victoriosas cohortes de pragmatistas y naturalistas, alzaran como bandera una relación «puramente contemplativa» con los fenómenos de la vida. A la carta del filósofo le precedió un mes antes un encuentro personal con el destinatario. Durante un viaje de lecturas por Alemania, que le llevó también a Gotinga, Hofmannsthal dio su conferencia «El poeta y nuestro tiempo» e hizo una visita a Husserl. Hofmannsthal, que entonces tenía 32 años, pronunció ante el público de Gotinga una especie de confesión creadora, en la que estilizaba el sí-mismo del artista como un testigo universal, sí, como un archivo viviente del ser y como el foco de la colecta del mundo.

Está ahí y no es asunto de nadie preocuparse por su presencia. Está ahí y cambia de lugar silenciosamente y no es más que ojos y oídos [...]. Es el espectador; no, el compañero oculto, el silencioso hermano de todas las cosas [...] sufre por todas las cosas y al hacerlo goza de ellas [...]. Pues, para él, seres humanos, cosas, pensamientos y sueños son exactamente lo mismo [...] no puede prescindir de nada [...]. Es como si sus ojos no tuvieran párpados [...]. En él debe y quiere reunirse todo. Él es quien conecta en sí mismo los elementos del tiempo. En ninguna parte, sino en él, hay presente7.

Son frases así sobre la existencia del observador poético las que, suficientemente evocadoras, todavía un mes más tarde despiertan en el recuerdo del filósofo un eco que testimonia su acuerdo. De eso no deja duda alguna, por su tono y contenido, la carta de Husserl. Se sintió alentado a colocar en una línea común la pasividad en apariencia desinteresadamente concentradora del poeta con la actividad sobrepersonalmente contempladora-clarificadora de su propia filosofía. Ya hacía tiempo que estaba convencido de la posibilidad de que el proceder contemplativo se liberara de la posición dominguera, de segundo rango, indolente, en que había caído por el triunfo de los psicologismos, sociologismos y naturalismos. Lo que Husserl desarrolla en los años siguientes bajo el estandarte del «método fenomenológico» es una suma de argumentos a favor de la tesis de que el tiempo estaba maduro para una filosofía que se erigiera como ciencia estricta; se podría incluso decir: para una defensa de la contemplación exacta, que gracias a su modernización metodológica pasa al contraataque. Lo que a Husserl le rondaba la cabeza era nada menos que la transformación de la intuición en trabajo de precisión y la superación de la diferencia entre los días laborables y los días festivos de la razón. Cito un largo pasaje de ese documento conmovedor de un intento profesoral de comunicación:

Muy estimado señor Von Hofmannsthal:

Ya me contó lo difícil que se le hace la vida por la marea de correspondencia que crece sin cesar. Pero, ya que me deleitó con un regalo exquisito, debo, en cualquier caso, agradecérselo. Así que habrá de soportar las consecuencias de ese hecho malvado y con ellas también esta carta. Permítame, por lo demás, que le pida perdón por no haberle dado las gracias inmediatamente. Como caídas del cielo se me ofrecieron de repente síntesis de pensamientos que había buscado durante largo tiempo. Me dio mucho trabajo fijarlas. Sus Kleinen Dramen8 [Pequeños dramas], que tenía siempre junto a mí, actuaron como un gran estímulo, a pesar de que no me fue posible leerlos con la continuidad deseable.

Las «disposiciones interiores» que describe su arte, en tanto puramente estético, o que propiamente no describe, sino que eleva a la esfera ideal de belleza puramente estética, tienen para mí, en esa objetivación estética, un interés muy especial; es decir, no sólo interesan al amante del arte que hay en mí, sino también al filósofo y «fenomenólogo».

Una preocupación de muchos años por la clarificación de los problemas filosóficos fundamentales y por el método para solucionarlos me proporcionaron como beneficio duradero el método ‘fenomenológico’. Éste exige una toma de posición frente a toda objetividad esencialmente divergente de la natural, muy cercana a esa posición y postura en que nos coloca su arte, en tanto que puramente estético, frente a los objetos representados y al mundo del arte en su totalidad. La contemplación de una obra de arte puramente estética se produce de forma rigurosamente independiente de toda postura existencial del intelecto y de toda postura del sentimiento y de la voluntad que aquella presupone. O mejor: la obra de arte nos traspone (nos fuerza, por decirlo así) a una situación de contemplación puramente estética, que excluye tales tomas de postura. Cuanto más resuene del mundo externo o más se tome de él con viveza, cuanto más posicionamiento existencial exija de nosotros la obra de arte (por ejemplo, como apariencia sensible naturalista: verdad natural de la fotografía), menos estéticamente pura será esa obra. (Sucede lo...