México-Buenos Aires. El combate de nuestras ciudades - I Premio de ensayo Punto de Vista Editores

von: Pedro Conrado Sonderéguer

Punto de Vista, 2014

ISBN: 9788415930495 , 180 Seiten

Format: ePUB

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Preis: 6,99 EUR

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México-Buenos Aires. El combate de nuestras ciudades - I Premio de ensayo Punto de Vista Editores


 

1. Buenos Aires. La puerta de la tierra

11 de junio de 1580. Llegados a lo alto de la barranca fundaron la ciudad: marcaron el sitio del Cabildo y la iglesia y trazaron la plaza abierta al río, ancho como un mar. El primer fortín se construyó más lejos, en la desembocadura del Riachuelo de los Navíos. Sólo más tarde se pensó en cerrar la plaza con una fortaleza sobre la barranca. Así nació con dificultades el Fuerte, frente a esa costa de barro que obligaba a complicadas maniobras antes de llegar a tierra firme: del barco a un bote, del bote a un carro de altas ruedas. En el Fuerte se instaló el virrey en 1776 y, desde el comienzo, el poder central quedó enfrentado al Cabildo.

El ancho río (Mar Dulce, Mar de Solís, Paraná Guazú, Río de la Plata) fue recorrido y explorado a partir de 1516, cuando Juan Díaz de Solís, navegando hacia el sur siguiendo la costa a la búsqueda de un paso al Pacífico, entró a lo que llamó Mar Dulce, antes de desembarcar en la Banda Oriental y ser muerto y devorado por los indios guaraníes. En 1536 la expedición de Pedro de Mendoza fundó por primera vez la ciudad de Buenos Aires, puerta de la tierra, al oeste. El establecimiento fue levantado en 1541. La segunda y definitiva fundación fue en 1580, por Juan de Garay, que fondeó sus barcos en el Riachuelo.

La imagen doble del río inmenso y la llanura sin fin impresionó desde siempre a los viajeros. Woodbine Parish, funcionario británico en Buenos Aires a comienzos del siglo XIX, diría en 1835: “¿Qué es la República Argentina? ¿Qué es esa tierra de leche y miel, con sus pampas llenas de abejas? ¿Qué parte ocupa en el mapa de Sudamérica? ¿Cuáles son sus rasgos físicos, sus productos naturales, su suficiencia para sustentar las poblaciones que a su tiempo la habiten, y para elevarlas a una posición importante entre las naciones de la tierra?” (W. Parish: Buenos Aires y las Provincias del Río de la Plata, 1835).

El Riachuelo de los Navíos fue, desde las primeras décadas del siglo XIX, lugar de instalación de los saladeros, desde Barracas hasta el actual Puente Alsina: Mackinley, Anderson, Ochoa, Santa María, Llambí, Cambaceres. El Riachuelo proveía de agua a los establecimientos, recibía los desperdicios y servía para trasladar la producción al puerto. Ya a fines del siglo XVIII las actividades económicas unificaban la cuenca y la ciudad crecía en las dos orillas de la desembocadura. Se construyeron puentes en la zona sur. En el área de Barracas, Juan Gutiérrez Gálvez construyó el llamado Puente de Gálvez, inaugurado en 1791 y destruido por sucesivas crecidas, hasta que, en 1871, se inauguró un puente de hierro construido por Prilidiano Pueyrredón, sustituido en 1903 por otro puente que duró hasta 1931, año en el que se inauguró el hoy llamado Puente Pueyrredón Viejo. Las industrias de la curtiembre y del salado se desarrollaron entre 1810 y 1860 y su producción enviada a Brasil y Cuba para alimento de la población esclava. A mediados del siglo XIX la suciedad y las epidemias de cólera y fiebre amarilla y cambios en la demanda internacional (cada vez más orientada a las carnes enfriadas) llevaron a los saladeros al cierre. Los terrenos en el sur pasaron a ser quintas de veraneo. Fueron famosas la quinta de Anderson, en el meandro sur del Riachuelo, la Quinta de Recreo “El Rincón” y la quinta de Ochoa construida en lo que fuera el saladero “El Mirador”, con una torre sobre el Riachuelo. La cría del ganado para el consumo se realizaba fuera de la ciudad y la zona sur debió ser conectada para el pasaje a pie del ganado y para el traslado de hortalizas y producción láctea desde la campaña. En 1859 se construyó otro puente sobre el Riachuelo a la altura de Paso de Burgos (actual Puente Uriburu) que se sumaría al Puente de Gálvez y al Puente de la Noria. En la zona de Barracas-Constitución, primero, y más tarde en Parque de los Patricios, se ubicaron los mataderos durante el siglo XIX, en terrenos surcados por arroyos hoy entubados o cegados. Revisar la toponimia actual del barrio de Mataderos es evocar la ciudad de fines del XIX: Corrales Viejos, Corrales Nuevos, Arroyos Pepirí, Atuel, Los Lagos.

Para la misma época en Barracas convivían áreas degradadas y pobres, galpones del puerto con casonas y quintas de familias de la clase alta porteña: Balcarce, Montes de Oca, Lezama, Alzaga. La epidemia de la fiebre amarilla despobló la zona. Poco tiempo después se reforzaría el carácter industrial del área, con la instalación de grandes establecimientos: Canale e Hijos, Bagley, Águila Saint, Molinos y Río de la Plata y la Fabrica Argentina de Alpargatas. En la orilla sur del Riachuelo, el poblamiento generado por las actividades de curtiembre y frigoríficos, hizo que en 1874 el gobierno provincial aprobara la traza de un nuevo pueblo, Valentín Alsina, y solicitara la concesión de una línea de tranvías para conectar el pueblo con los corrales “del otro lado” (en Parque de los Patricios).

La población de la ciudad de Buenos Aires, estimada en 1799 en 40.000 habitantes y en 1824 en 81.000, pasó a 177.000 en 1869, a 433.000 en 1887, a 663.0000 en 1895 y a 1.575.000 habitantes en 1914, en gran medida por el flujo migratorio de origen europeo. Su peso demográfico se expresó también en el aumento del consumo. Hacia fines del siglo XIX, en los barrios del sur de la ciudad (La Boca, Barracas, Constitución, San Telmo), se instalaron los inmigrantes recién llegados. El paisaje que orillaba el Riachuelo era el de las chacras, limitadas por los caminos abiertos en función de las necesidades de traslado de ganado en pie y lácteos, con escasa densidad de población que se agrupaba en las “rancherías” y trabajaba como peones de campo y reseros.

El crecimiento fue intenso desde fines del siglo XIX, al ritmo del desarrollo económico. La urbanización siguió los grandes ejes de la geografía y de los primeros asentamientos, ocupando las líneas de tierras altas hacia el interior y el borde sobre el Río de la Plata y dejando relativamente vacíos los valles de inundación de los ríos, dibujando una estructura radial centralizada en la Plaza Mayor, que se reconoce hasta hoy.

Hacia mediados del siglo XX la población de la Capital Federal, hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se estabilizó en unos 3.000.000 de habitantes. En nuestros días el Área Metropolitana de Buenos Aires alcanza unos 12.000.000 de habitantes, sobre un total nacional de aproximadamente 40.000.000 de habitantes. En poco menos de un siglo, el país consolidó sus rasgos esenciales: Organización Nacional, dijo la Generación del ‘80 en la segunda mitad del siglo XIX; Democracia, dijo la sociedad a comienzos del siglo XX; Justicia Social, dijo la democracia en 1945. Hoy, esas tres palabras permanecen.

El combate de nuestras ciudades

En el siglo XVI, en menos de tres generaciones, desde el Caribe hasta el Río de la Plata, un puñado de hombres fundó todas las capitales del Nuevo Mundo. Ese es el hecho mayor, del que todo deviene. Esas ciudades, desde México levantada sobre la antigua Tenochtitlan en 1521 hasta Buenos Aires fundada por primera vez en 1536 y nuevamente en 1580, son hoy, con pocas excepciones, las que organizan el territorio. Concebidas como un sistema urbano de escala continental, hazaña de la modernidad española en el Nuevo Mundo, tuvieron desde su origen unidad de traza, unidad de modelo arquitectónico y unidad de organización política, como tuvieron unidad de lengua. Esa unidad esencial, conservada desde entonces y madurada en el encierro colonial de los siglos XVII y XVIII, construyó un universo propio: ese mundo se muestra todavía hoy en las calles y casas más antiguas, modeladas por la tierra y la cultura del sitio (el tezontle o la piedra o el barro), desde el Valle de México hasta la Pampa Húmeda, desde el Caribe hasta el Pacífico, y explica así esa continuidad entre Coyoacán, en México, y San Isidro, en Buenos Aires, entre las calles de la Lima vieja, en el Perú, y la vieja Cartagena de Indias, en Colombia. La impedimenta militar de esos soldados, sus armas y sus instrumentos de navegación, eran las herramientas de la más avanzada tecnología de su tiempo, como lo era el sistema político que representaban. El orden geométrico del espacio albergando la promesa de un nuevo orden social, el sistema hipodámico implantado en todo el continente siguiendo los cuatro puntos cardinales, la concentración de los poderes públicos religioso, cívico, militar: Iglesia, Cabildo, Fuerte en torno a una Plaza Mayor que es al mismo tiempo mercado, plaza de armas, foro: esa repetida matriz, el uso universal de la vara castellana, el racionalizado orden arquitectónico (tejas, patio, paredes encaladas) fundan el espacio urbano de América. Esa unidad, que se manifestó tan fuertemente a comienzos del siglo XIX, entre 1809 y 1811, en todas las capitales de América española, ¿ha desaparecido sepultada por un siglo de asonadas revolucionarias o sigue ardiendo, bajo la ceniza de los sueños perdidos, apenas expresada en la superviviente traza de los cascos históricos: Plaza Mayor, Cabildo, Catedral? Esa pregunta nos interpela desde siempre, porque ese mundo sigue allí, en olvidada resistencia, y hoy, terminada la aventura rural del siglo XX (Dorados del Norte de México, barbudos de Sierra Maestra), tiene, frente a los nuevos escenarios globales, la oportunidad de encontrar en su morfología las respuestas a los desafíos territoriales del momento. Constelación de ciudades que abrigan nuestra memoria: México, Buenos Aires, Lima, Bogotá. Este sistema continental, levantado entre 1521 y 1580, sobrevivió a tres grandes cambios: la Independencia,...