Imagina que ya no estoy

von: Meg Rosoff

Ediciones Siruela, 2014

ISBN: 9788416120963 , 196 Seiten

Format: ePUB

Kopierschutz: Wasserzeichen

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Preis: 7,99 EUR

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Imagina que ya no estoy


 

11

Gabriel y su niñera han vuelto de la guardería. La chica se llama Caryn, C-a-r-y-n, por si pensábamos que se escribía con e, y se queda un poco inquieta cuando le decimos que Suzanne aún no ha llegado a casa, pero que no pasa nada, que se puede marchar.

No, dice, da igual, le prepararé el biberón por si su mami se retrasa.

Pero su mami no se retrasa, llega enseguida. Sigue teniendo pinta de estar estresada, pero se alegra de ver a Gabriel y también, aunque algo menos, a nosotros. Me pregunta si me gustan los DVD y me da a elegir entre Titanic y Amelie. La verdad es que me da lo mismo, pero elijo Amelie. Empiezo a ver la película y no está mal, aunque prefiero saber de lo que están hablando Suzanne y Gil que ver a Amelie salvar el mundo.

¿Qué más?, dice mi padre, y Suzanne responde con un suspiro.

A lo mejor está teniendo una aventura con una de sus alumnas. No lo sé.

Y entonces me meto en la cabeza de una persona con un niño pequeño cuyo marido ha desaparecido y me pongo mucho más triste y nerviosa que Suzanne. ¿Qué pasa si ha muerto?, grita esa persona con un bebé. ¿Qué pasa si no vuelvo a verlo?

Pero no parece que Suzanne vaya a ponerse a gritar. Cuando se lo digo a Gil, él asiente con la cabeza como si hubiera notado lo mismo.

Supongo que en este matrimonio hay más cosas de las que sabemos, dice. Y claro, lo de Owen cambió todo. La mayoría de las parejas que pierden un hijo se acaban separando.

He estado pensando en la conexión entre lengua y pensamiento. Los idiomas que se leen de izquierda a derecha representan el paso del tiempo de izquierda a derecha. Si un francés cuenta la historia de un gato que atrapa a un ratón, el tiempo empieza en la izquierda y se mueve hacia la derecha. Los hebreos y árabes empiezan con el gato y el ratón en la derecha y el tiempo pasa hacia la izquierda. Así que no es solo una cuestión de palabras.

Intento recordar esto cuando hablo con Suzanne, y me pregunto cómo se moverá el tiempo en su cerebro. Tal vez se detuvo cuando murió Owen. O se bloqueó como unos troncos en un riachuelo. O simplemente da vueltas sin parar como el icono del reloj del ordenador. Sea lo que sea, parece una persona que esté hecha de cristal. Si le das un golpe, se romperá en mil pedazos.

Es difícil tener una conversación con una persona de cristal, pero me observa pacientemente cuando cojo a Gabriel y le doy el biberón, aunque se nota que quiere que se lo devuelva. Honey quiere proteger al bebé con todas sus fuerzas. Hace un ruidito con la garganta y Suzanne la espanta. No es una mala persona haciéndose pasar por una simpática, sino una persona enfadada que finge estar normal.

Tal vez sea la clase de persona que no dice nada por miedo a estallar y empezar a decir cosas que no debe. Delante de mí, por lo menos, no menciona a Matthew en ningún momento. Parece que la lengua que estructura sus pensamientos es una que no habla nadie más. Y evita a la única criatura que comparte su pérdida. Creo que le asusta la infelicidad de la perra.

Gabriel es demasiado pequeño para darse cuenta. Juego con él a bajarle un ratón de juguete con una cuerda por delante de la cara y levantarlo de nuevo de un tirón. Se ríe sin parar y, de repente, sin venir a cuento, se derrumba y empieza a gritar. Suzanne se abalanza sobre él y lo coge en brazos, diciendo: Mami está aquí.

Gil me mira. Me acerco a los miles de libros que hay en las paredes, paso la mano por encima de ellos y saco uno; Caravasar, se titula. Camellos. Mujeres vestidas de negro. Hombres agachados bebiendo té en tazas diminutas. Edificios cuadrados, muy bajos, adornados con inscripciones que no entiendo. Parece un sitio cálido y tranquilo donde todo transcurre muy despacio.

Se pasa la tarde entre el jet lag y lo raro que es no oír ruido de la calle ni de otra gente.

Suzanne va a ir al pueblo a por unas cosas y me pregunta si quiero ir.

Sí, por favor, digo, y nos llevamos a Gabriel con nosotras. Gil se queda en casa trabajando.

En el trayecto de quince minutos en coche, Suzanne me hace todas las preguntas típicas: si me gusta el colegio, cómo está mi madre y dónde toca estos días, etc. Es una educada conversación adulta y solo le falta la verdadera curiosidad que conecta a la gente.

Luego se disculpa porque el supermercado sea aburrido, pero a mí no me lo parece en absoluto. Para mí es casi igual de exótico que Caravasar. Me pide que le diga si veo algo que me gustaría comprar.

Veo un montón de cosas que me gustaría comprar: una caja de macarrones con queso, unas tiritas con dibujos de superhéroes, mantequilla de cacahuete y nubes enrolladas en un bote de plástico gigante... En la sección de panadería hay tartas con cabezas de payaso parlantes y caballitos musicales de los del tiovivo de muchos colores. La sección de cereales para el desayuno es kilométrica y me pregunto cómo alguien puede elegir. Estoy buscando huevos de Pascua, pero los que encuentro son todos demasiado feos o demasiado infantiles o demasiado parecidos a los que puedo comprar en casa. Cuando por fin alcanzo a Suzanne está hablando por teléfono. Tiene la cara distinta a la que hemos visto Gil y yo. De pronto parece más joven, y tiene una sonrisa que no nos ha mostrado a nosotros.

Me acerco a ella por la sección de frutería, donde todas las sandías, las manzanas y los plátanos parecen el doble de grandes que los de Inglaterra. ¿Cómo es posible?

Cuando me ve dice: Tengo que irme. Y cuelga. Se le ha puesto la cara roja y empalagosa como la cabeza de payaso de la tarta. Un amigo del club de lectura, me explica, sin necesidad.

¿Un amigo? No odio a Suzanne pero tampoco consigo que me caiga bien. Es una de esas personas que piensa que porque sea pequeña no distingo lo que es verdad de lo que no.La veo mucho más claramente de lo que me ve ella a mí, tal vez más claramente de lo que se ve a sí misma.

Suzanne tiene que ir a la tintorería y a correos, así que amontonamos la comida en la parte de atrás del coche y dice: Si quieres dar una vuelta por tu cuenta, adelante. Nos vemos aquí en media hora.

Me alejo hacia una tienda de deportes y echo un vistazo a las camisetas, pero no hay nada que quiera comprar y de todas formas no tengo dólares. Al otro lado de la calle hay un banco donde da el poco sol que queda. Voy para allá y me siento.

Hola Cat, escribo. M gustaría q estuvieras aquí.

Espero un rato pero Catlin no responde. Mientras tanto, todo el mundo corre como loco de aquí para allá, y me resulta curioso que la hora punta exista en un pueblo del tamaño de un cacahuete igual que en Londres. Me quedo lo más quieta posible, volviéndome invisible para poder ver lo que está pasando sin que me vean. Funciona. Nadie mira.

Lo único que merece la pena es un hombre que se mete en una plaza de aparcamiento dando marcha atrás demasiado rápido con su todoterreno y roza el coche que tiene detrás sin querer. Grita a su hijo, que debe de tener dieciséis años, por distraerlo, y el chico sale del coche, cierra la puerta de un portazo y se marcha echando humo por las orejas mientras el tipo se pone de rodillas para inspeccionar la abolladura del otro coche.

Catlin me responde al mensaje. A mí también. Está lloviendo. Lleva adjunto lo que creo que puede ser una foto de un charco. No está muy claro.

Me aparto de la atracción local del momento para encontrarme con Suzanne donde el coche. Gabriel me mira fijamente y cuando le sonrío se le ilumina toda la cara.

Volvemos a casa sin decir mucho. Suzanne habla con Gabriel, que lloriquea en el asiento de atrás.

¿Quién es el niño que está cansadito?, dice, y luego me mira de reojo como si estuviéramos tramando algo. Estar con ella me cansa. Entonces me acuerdo de Owen y me siento avergonzada de pensar así.

Cenamos risotto con guisantes y queso parmesano. Está bueno pero en medio de la comida pido permiso para tumbarme en el sofá. Honey está a mi lado en el suelo. Cierro los ojos, le apoyo una mano en el lomo y siento el movimiento de su respiración lenta. Gil me tapa con una manta. Cree que estoy dormida.

Bueno, dice en voz baja, y vuelve a sentarse en la mesa. ¿Qué vamos a hacer?

Suzanne no responde inmediatamente. Al cabo de un rato dice: Como te puedes imaginar, yo no me puedo marchar. No puedo dejar a Gabriel y a mis alumnos y... todo.

Oigo a Gil suspirar.

Por favor, Suzanne, cuéntame. Debe de haber algo más.

Se hace el silencio. Casi puedo oír el silbido de los nervios de Suzanne.

Dime, insiste él.

Ella empieza a hablar en voz baja, así que tengo que hacer un esfuerzo para oírla.

No sé, contesta. Dice que está bien pero no es verdad. Se culpa por lo de Owen, y suelta una risa amarga. Yo también le culpo. Esperaba que con Gabriel mejoraran las cosas, pero sorpresa sorpresa, están todavía peor. Así que es cierto lo que todo el mundo dice sobre los bebés que salvan los matrimonios. ¿Quién nos lo iba a decir?

Gil dice mi nombre. No es tonto. Hago un ruido de persona que está durmiendo, una especie de refunfuño. Funciona. Yo tampoco soy tonta.

¿Y?

¿Quién sabe, joder? Tu amigo no habla mucho, que digamos.

Mi padre tampoco habla mucho. Usa las palabras con moderación, como si estuvieran racionadas. Creo que es lo que pasa cuando sabes tantas palabras en tantos idiomas. Hay demasiado donde elegir.

Lo sabías...