Príncipes de Asturias

von: Josep Carles Clemente Muñoz

Nowtilus - Tombooktu, 2013

ISBN: 9788499673684 , 336 Seiten

Format: ePUB

Kopierschutz: Wasserzeichen

Windows PC,Mac OSX geeignet für alle DRM-fähigen eReader Apple iPad, Android Tablet PC's Apple iPod touch, iPhone und Android Smartphones

Preis: 9,99 EUR

Mehr zum Inhalt

Príncipes de Asturias


 

Capítulo 4


Isabel la Católica, Princesa de Asturias

REVUELTA NOBILIARIA Y JUANA LA BELTRANEJA


Primera reina de Castilla y Aragón, que junto con su marido Fernando V llevó a cabo la unidad de España. Hija de Juan II de Castilla y de Isabel de Portugal, sus derechos al trono eran hipotéticos. Un conjunto de circunstancias le dieron la corona. Físicamente la reina ara alta, rubia, un tanto gruesa, como una campesina y de piel blanca lechosa, como todos los Trastámara. Algo descuidada en el aseo personal, cronistas de la época señalan que no olía precisamente a rosas. En lo moral tenía un concepto de la virtud un poco rígido, sentía la corona como el peso de un deber y daba muestras de más tenacidad que inteligencia. Su cualidad más sobresaliente era una «inagotable energía espiritual». Encontró una Castilla revuelta con guerras civiles, pero en la que precisamente por esa razón muchas de las fuerzas que hubieran podido oponerse a una construcción estaban ya rotas. Isabel fue siempre conservadora. Más que creer, procuró dar desarrollo a instituciones incipientes o apagadas. De esta forma realizó una obra tremendamente sólida. Su matrimonio, en el que, pese a cuanto se ha querido poetizar, no hubo amor, sino cálculo político y conciencia del deber, le proporcionó la colaboración de uno de los políticos más sagaces del siglo XV y, además, los recursos económicos de la próspera monarquía aragonesa.

Estatua de Isabel I de Castilla, llamada la Católica, en los Jardines de Sabatini, Madrid.

Nació en Madrigal de las Altas Torres y sus primeros años transcurrieron tristes en Arévalo, al lado de su madre, que comenzaba a presentar los primeros síntomas de locura. Muy pronto, Enrique IV la llevó junto con su hermano Alfonso, a la Corte, en Segovia. Podía ser una pieza importante en el juego de la política. Primero se pensó en casarla con Alfonso V de Portugal. Más tarde el juego de las banderías exigió que su mano se diese a don Pedro Girón, maestre de Calatrava. Era don Pedro un hombre vicioso y brutal. Por fortuna para la futura reina, murió cuando marchaba a Segovia. La corte de Enrique IV no era, por otra parte, un lugar agradable. Por eso, para Isabel, la entrada de su hermano Alfonso, pretendiente a la Corona, en Segovia, el año 1467, fue casi una liberación. Desde esta fecha acompaña a su hermano. Pero la alegría duró poco. Al año siguiente, en 1468, este falleció.

Todo el partido enemigo de doña Juana la Beltraneja aclamó a Isabel como reina. Esta mostró por primera vez su rectitud y su prudencia. Refugiada en el convento de Santa Ana, de Ávila, se negó a titularse como tal, pero invocó la herencia de Castilla, conceptuando a doña Juana como bastarda.

El padre de la futura Isabel la Católica se había casado dos veces. De su primera esposa tuvo un hijo, Enrique IV, que heredaría el trono. De la segunda dos, Alfonso e Isabel. La futura reina católica era por tanto hermanastra del rey Enrique IV y en el orden sucesorio era la tercera. Por delante estaba su sobrina Juana y su hermano Alfonso.

La citada Juana era, según cronistas de la época, hija adulterina de la reina y del valido Beltrán de la Cueva. Por eso fue más conocida como la Beltraneja. Por otro lado, la boda del rey con la madre de Juana no fue canónicamente válida, porque los contrayentes eran primos hermanos y no habían obtenido el obligatorio permiso papal. Siendo las cosas así, el hermanastro del rey, el infante don Alfonso era automáticamente el heredero del trono, pero este, como ya hemos dicho, falleció víctima de la peste. De este modo, Isabel la Católica accedió al trono castellano.

Tumba de Alfonso de Castilla, hermano de Isabel la Católica, en la Cartuja de Miraflores (Burgos); obra realizada por Gil de Siloé, s. XV.

El destino de la Beltraneja fue sellado en el tratado de Tercerías de Moura, según el cual debía de escoger entre profesar en un convento o casarse con el príncipe don Juan, hijo de Fernando e Isabel y heredero de Castilla, también de triste destino. A la sazón, don Juan sólo tenía un año y Juana diecisiete, escogiendo ingresar en las clarisas de Coimbra, donde falleció, prisionera de hecho, a la edad de sesenta años.

RENTAS DE LOS PRINCIPADOS DE ENRIQUE,
ISABEL Y JUAN


El conocimiento de los componentes del principado de Enrique, y sus rentas, para los años 1460-1462 es importante, ya que se trata del antecedente inmediato del principado que iba a tener Isabel pocos años más tarde. Por supuesto se integraban en él, las Asturias de Oviedo, que además deben su nombre al título, pero también muchas otras ciudades y villas repartidas por Castilla y León, donde el príncipe ejercía la justicia y la administración ordinarias, además de cobrar para sus rentas. Según cálculos realizados por el medievalista, el catedrático Miguel Ángel Ladero Quesada, ascendían en 1460 al menos a veinte mil doblas o «enriques» de oro y a treinta y cinco mil en 1468. Los porcentajes de renta correspondientes a los principales señoríos eran los siguientes: Asturias en Oviedo (9,5 %), San Vicente de la Barquera, Betanzos y Bayona, en la costa norte (5,7 %); en la cuenca del Duero, Medina del Campo (21 %), Segovia (6 %), la merindad de Campoo, Carrión, Palenzuela, Roa, Lerma, Villasandino, Revilla, Vallejera, Cuéllar y Ágreda, Ciudad Rodrigo y Granadilla (en torno al 21 %); en La Rioja, Logroño, Nájera y Calahorra (5,5 %); en Castilla la Nueva, Molina. Moya con su aduana, las salinas de Espartinas y Alcaraz (8,5 %); Cáceres, en la actual Extremadura (4,7 %); y en Andalucía, Jaén, Úbeda, Baeza, Andujar y Ecija (17,1 %).

El señorío recibido por Isabel mediante el pacto de Guisando, en 1469, no comprendía tantas plazas como el disfrutado hasta entonces por Enrique IV. Frente a un total de 35.000 doblas o «enriques» de renta de este último, apenas superaría la mitad. Sus componentes eran estos: Asturias de Oviedo (22 %); Ávila (13 %); Escalona, Molina, Huete y Alcaraz (17 %), y Úbeda (7 %). Pero la toma de posesión de aquellos señoríos no siempre era segura, de modo que Enrique IV tuvo que ofrecer a Isabel plazas alternativas para el caso de que no pudiera hacerse cargo de las primeras: Écija o Baeza, por Huete; Carrión, por Alcaraz; Olmedo, por Escalona. Además, el rey mantendría a la princesa otras dos mil doblas al año, que cobraba en las rentas de Soria, San Vicente de la Barquera y Casarrubios, o, en su defecto, en las de la merindad de Allendebro (actuales Álava y Guipúzcoa).

El primogénito de Isabel, Juan, recibió los señoríos siguientes, con las rentas reales en ellos, salvo las de la seda y el diezmo aduanero en los granadinos. En total era el equivalente a 41.200 doblas o castellanos de oro, aunque, si no llegaran a tanto, se completarían con rentas de otras procedencias: Asturias de Oviedo, con Cangas y Tineo (21,5 %); Salamanca (25,5 %), Toro y Ágreda (5,7 %); Logroño (0,5 %); Alcaraz (,1,8 %); Trujillo y Cáceres (20 %); Úbeda y Baeza, Jaén y Ecija (25 %), Ronda, Alhama y Loja (sin determinar).

LA ENTREVISTA DE LOS TOROS DE GUISANDO


Lo pactado entre Enrique IV e Isabel se refrendó por ambas partes en la entrevista de los Toros de Guisando, de 19 de septiembre de 1469, que ponía fin a cinco años de perturbaciones y guerra, a la vez que ratificaba la sucesión al trono a favor de Isabel, igual que se había hecho cinco años antes con Alfonso, de modo que Isabel recibiría el título de princesa heredera, sería jurada como tal y entraría en posesión del señorío correspondiente a los príncipes de Asturias.

En Guisando, pues, se había producido su plena proclamación como «Princesa e legítima heredera subcesora en estos regnos de Castilla y León», como así se hace constar en el documento correspondiente a este hecho.

Toros de Guisando, en el término municipal de El Tiemblo (Avila).

LA CASA PATRIMONIAL DE ISABEL


Isabel organizó su casa patrimonial bajo la dirección del mayordomo mayor Gonzalo Chacón, su hombre de máxima confianza, y que tomó posesión del señorío de Medina del Campo, por mano de su contador Alfonso de Quintanilla, y del Asturias de Oviedo, donde confirmó en sus cargos de merino y alcalde mayor a Diego Fernández de Quiñones, conde de Luna, que era el principal noble de la región.

La princesa tuvo también pleno control sobre Ávila, donde llegó a acuñar moneda en 1471, haciendo así uso de una regalía o monopolio, que pertenecía sólo al rey. Pero todo esto se explica por la turbulenta situación política que Isabel vivió desde el momento del pacto de Guisando hasta su acceso al trono de Segovia, el 13 de diciembre de de 1474.

Castillo de La Mota en Medina del Campo, Valladolid (España).

MATRIMONIO Y VUELTA A LA AUTORIDAD REAL


Los adictos de Isabel trabajaban para concertar la boda de esta con el príncipe heredero de Aragón, Fernando. Enrique IV, en tanto, negociaba una doble boda, la de Alfonso V de Portugal con Isabel y la de Juan, hijo del primero con la Beltraneja. Isabel dudaba entre la fidelidad debida a su hermano y los intereses de su partido, cuando tuvo noticia de que Luis XI enviaba una embajada con la propuesta de casarla con el duque de Guyena. Entonces se decidió por el aragonés. El arzobispo Carrillo y el almirante don Fadrique Enríquez arreglaron los detalles. Fernando viajó hacia Castilla disfrazado de mozo de mulas, mientras Isabel buscaba refugio en Valladolid. Las...