Pablo Iglesias

von: Gustavo Vidal Manzanares

Nowtilus - Tombooktu, 2010

ISBN: 9788497637305 , 400 Seiten

Format: ePUB

Kopierschutz: Wasserzeichen

Windows PC,Mac OSX geeignet für alle DRM-fähigen eReader Apple iPad, Android Tablet PC's Apple iPod touch, iPhone und Android Smartphones

Preis: 9,99 EUR

Mehr zum Inhalt

Pablo Iglesias


 

Capítulo 1
Pobreza extrema y Hospicio


VERANO DE 1860. PROXIMIDADES DE MADRID


Habían caminado durante tres semanas.
A pleno sol.
Dormían en calveros y arboledas, sobre sacos de paja. Avanzaban por un camino estrecho y lleno de barro donde la oscuridad parecía palparse. Pronto llegarían a Madrid. El mayor de los dos hermanos se apoyaba sobre un carro de arriero cuyas ruedas de madera gemían lúgubremente. A ambos lados de la senda, frondosos arbustos salvajes se estremecían al menor soplo de viento. Partieron desde Galicia, la madre, el hermano y él. A menudo, la mujer tose, resopla y sube al carro. Con las manos esculpidas de callosidades enjuga el sudor que baña su frente. Se llama Juana y sueña con aprender a leer. El marido se llamaba Pedro Iglesias, de segundo apellido Expósito. Tras su inopinada muerte, la pobreza ha aguijoneado los días de Juana, Manuelín y Paulino.
Juana recordó a un lejano familiar colocado en Madrid, en la casa de un señorón cuyos títulos no caben en tarjeta de visita alguna [1] , y acuden en su búsqueda.
En el Madrid que recibe a la familia Iglesias aún retumban los truenos de la "Vicalvarada" [2] y los ciudadanos se han lanzado a la calle al saber que los cañones españoles han conquistado la plaza de Tetuán [3] . La villa hierve entre fervor patriótico, obras públicas y actos culturales. Se inaugura la Exposición Nacional de Bellas Artes con trescientas treinta y tres obras. Entre ellas, destaca Los comuneros de Antonio Gisbert, galardonada y adquirida por el Congreso. Hartzenbusch [4] ultima La hija de Cervantes en homenaje al genio de Alcalá de Henares, y Mesonero Romanos [5] recoge de la imprenta las pruebas, aún con la tinta fresca, de El antiguo Madrid. Paseos histórico-anecdóticos por las calles y casas de esta Villa. María de las Mercedes de Orleans [6] acaba de nacer en esta España isabelina de extraordinaria afición al baile. Se danza en el Palacio Real, en los salones aristocráticos, en embajadas, en sótanos y azoteas. Proliferan las sociedades recreativas cuya finalidad es organizar veladas de baile. Destacan: Liceo Madrileño, La Constante, La Primavera, La Novedad, La Oriental, La Veneciana...
Mientras los zapatos taconean al ritmo de las orquestas, cientos de obre ros levantan adoquines y escarban terrones. Carlos María de Castro ve aprobado y ejecutado su Plan de Ensanche. Consecuencia de la desamortización [7] , Madrid ha crecido como centro burocrático, industrial y de consumo. Este plan urbanístico, inspirado en el Plan Cerdá de Barcelona, establecerá un desarrollo ajeno a la red central (Plaza Mayor, Puerta del Sol...) en previsión del inminente aumento de población. El ensanche contribuirá a asentar a la floreciente burguesía en los núcleos urbanizados por el marqués de Salamanca [8] . El proletariado se agrupará en el extrarradio. Tetuán de las Victorias se unirá a Cuatro Caminos. Posteriormente, irán poblándose otras barriadas: las Ventas, Guindalera, Prosperidad, Vallecas... De notoria importancia será la canalización de las aguas del río Lozoya. La reina Isabel II inaugurará el canal que lleva su nombre mientras la castiza figura del aguador, con su barrica al hombro, quedará hundida en el recuerdo.
Ajenos a estos acontecimientos, los pasos de la familia Iglesias resuenan sobre el empedrado madrileño.
Hay que encontrar a ese lejano pariente.
Desde la Cava enfilaron la calle de Segovia donde pendía el cartel de la posada del Maragato. Entre arrieros, cosarios y trajinantes, Juana y los dos niños consiguieron acercarse al mostrador de la hostería. Portaban en sus ropas polvo de varias provincias y el roce de rocas y aromáticos olivares. Tras el aseo y cambio de atavío, emprendieron la búsqueda del familiar.
Tardaron en encontrar el palacio. Paulino leía los rótulos de las calles en un apresurado caminar entre las arterias del Madrid decimonónico. A fuerza de preguntas, dieron con la calle San Bernardo y, esquina a Flor Alta, se toparon con el imponente palacio del conde de Altamira.
Todo lo que los Iglesias poseían era una esperanza.
Y vivía en aquel palacio.
Ventura Rodríguez [9] había comenzado a levantar ese edificio inconcluso. Una puerta enorme protegía un zaguán donde cabían diez carruajes enjaezados; la escalera de piedra se dividía en dos tramos y en el arranque de estos destacaba el reflejo marmóreo de la estatua de un guerrero griego, desnudo, desenvainando una espada de dos filos, protegido por un escudo con múltiples figuras labradas. Un portero de uniforme ceñido y cuajado de galones se acercó. Cohibida y posiblemente asustada, Juana Posse preguntó por su tío. Soy nuevo y no conozco a ese señor, esperen que averigüe. Entró por una puerta de servicio y, minutos después, regresó. Sin duda, el ordenanza comprendía la situación. En su rostro se plasmaba la tristeza. Señora, ese señor, su tío... ya murió.
Muchos años después, Pablo Iglesias Posse habría de recordar la necesidad que lo arrastró a Madrid. En 1904, la Junta Directiva de la Asociación del Arte de Imprimir solicitó una semblanza de sus afiliados. Así, Pablo escribió que había nacido en El Ferrol el 18 de octubre de 1.850. Su padre, Pedro de la Iglesia Expósito, trabajaba como peón para el ayuntamiento ferrolano. A su madre la define como "buena gente, callada, dulce, laboriosa y conocedora de la difícil y aspérrima ciencia de encontrar un bienestar relativo en la escasez y aun en la miseria, la ciencia de hacer que la ropa dure mucho, que la limpieza lo ennoblezca y embellezca todo, que sepan bien las patatas solas y las sopas de ajo". Pedro apenas recibe las primeras letras en los Desamparados de Orense. Su primogénito acude cuatro años a las aulas y cuando el menor, Manuelín, comienza a acompañarlo, acaece la desgracia. Aquel cabeza de familia, hijo de padres desconocidos y sin más patrimonio que su espinazo, deja a Juana dos hijos y algunas deudas. Ella, natural de Santiago de Compostela, solo sabe de aquel lejano pariente empleado en una casa de abolengo.

TIEMPOS DE POBREZA EXTREMA


¿Qué sucedió las siguientes jornadas?
Tan solo podemos vislumbrar el cuadro de una mujer de negro, anegada de angustia y con dos pequeños hambrientos. Bajo el soportal de una calle, a refugio del calor, tiende la mano en demanda de limosna (M. Almela Meliá, Pablo Iglesias. Rasgos de su vida íntima, 11).
Pocas ilusiones se reparten entre las clases humildes en esta España de incierto derrotero. A mediados del siglo XIX se han operado transformaciones de calado. La corriente liberal ha impuesto sus postulados económicos y la transición del feudalismo al capitalismo convulsiona el tejido social. Pero las antiguas clases dominantes no han visto mermada su influencia. La nobleza territorial salvaguarda su poder sobre el caudal que le proporciona la posesión de sus tierras. Aunque se han volatilizado los privilegios jurisdiccionales, la desvinculación de los mayorazgos ha colmado sus arcas. Por su parte, la pequeña nobleza desaparece o pasa a engrosar las filas de la nueva clase dominante: la burguesía. Este sector ha impulsado el cambio con el aliento del pueblo pero, coronados sus objetivos, ha estrechado la mano de sus antiguos enemigos, los aristócratas. Al margen, una pequeña burguesía imbuida en el intelecto y el comercio defiende los principios democráticos.
El clero ha sufrido...