Operaciones secretas de la Segunda Guerra Mundial

von: Jesús Hernández Martínez

Nowtilus - Tombooktu, 2011

ISBN: 9788499672656 , 400 Seiten

Format: ePUB

Kopierschutz: Wasserzeichen

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Preis: 9,99 EUR

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Operaciones secretas de la Segunda Guerra Mundial


 

Capítulo 1

Operación Archery: Asalto a la fortaleza de Hitler

Antes del amanecer del 27 de diciembre de 1941, unos barcos se adentraban con sigilo en un tranquilo y silencioso fiordo noruego. Con las primeras claridades del día, la tierra cubierta de nieve se recortaba en el mar. En la orilla sólo se veía el resplandor de la lumbre en las cabañas de los pescadores, preparándose para comenzar otra jornada de trabajo.

A bordo de los buques, medio millar de hombres, ateridos de frío pero confiados y resueltos, esperaban que llegase el momento de actuar. Habían embarcado tres días antes en Escocia y se encontraban cansados y mareados por la travesía, pero su ánimo estaba intacto. Tenían ante sí un excitante desafío con el que llevaban tiempo soñando; asaltar la fortaleza europea de Hitler.

En esos momentos, la Alemania nazi era dueña de casi toda Europa. Sólo Gran Bretaña había logrado resistir los embates de la implacable máquina de guerra germana, rechazando la terrible ofensiva de la Luftwaffe del verano y otoño del año anterior, pero en ese invierno de 1941 el resto del continente había hincado ya su rodilla ante el poder de la esvástica. Tras la invasión de los Balcanes y el avance incontenible de los panzer por las llanuras rusas, el Ejército Rojo estaba defendiendo con éxito Moscú, pero parecía muy lejano el día en el que Europa pudiera sacudirse de encima el aplastante dominio nazi.

Sin embargo, aquellos hombres en quienes el frío penetraba hasta los huesos estaban dispuestos a demostrar a Hitler que su dominio de Europa no era incontestable. La audaz acción que estaban a punto de lanzar sobre una aldea de la Noruega ocupada no dejaría de ser un pequeño alfilerazo en la gruesa piel de un poderoso paquidermo, pero aun así estaban decididos a poner en riesgo su vida para desafiar al todopoderoso führer.

La mayor parte de ellos habían estado en el infierno de Dunkerque y ansiaban desquitarse de la humillación sufrida un año y medio antes. Todos ardían en deseos de reencontrarse con el enemigo teutón; su ardor guerrero era tal que algunos oficiales creyeron necesario recordarles, antes de zarpar, las leyes de la guerra para evitar algún exceso.

Mientras los incursores comprobaban una vez más el perfecto estado de su equipo y se aprestaban a saltar a tierra en cuanto resonase la orden en cubierta, los barcos seguían avanzando por el fiordo en completa calma, sin ser descubiertos por los alemanes. El momento de la revancha, silenciosamente, había llegado.

UNA NUEVA FUERZA DE COMBATE

Uno de los capítulos más sugestivos de la Segunda Guerra Mundial es el de las operaciones llevadas a cabo por los comandos británicos, como la que estaban a punto de lanzar aquellos hombres en un lugar de la costa noruega. Aunque este tipo de misiones no llegaría a tener un peso apreciable en el desarrollo de la contienda, el primer ministro Winston Churchill fue partidario de recurrir a ellas, consciente de la importancia que podían tener para mantener alta la moral en esos momentos de hegemonía militar alemana en la Europa continental. Así, los británicos supieron rodear estas incursiones en territorio enemigo de una excelente cobertura propagandística, lo que llevó a la opinión pública aliada a conceder a los comandos una relevancia que sobrepasaría con mucho a la que realmente poseyeron.

El origen de esta singular fuerza de combate hay que buscarlo el 4 de junio de 1940, cuando Churchill anunció ante una compungida Cámara de los Comunes que lo que quedaba del Ejército británico que había acudido a socorrer a holandeses, belgas y franceses se había retirado a las playas de Dunkerque y se aprestaba a su evacuación, lo que significaba dejar el continente en manos de Hitler. En torno a este puerto francés del canal de la Mancha se habían replegado las fuerzas británicas que habían escapado de la aniquilación a manos de la victoriosa Wehrmacht y su arrolladora guerra relámpago. A partir de ese momento, lo único que podía hacer era trasladar el mayor número posible de hombres de vuelta a las islas británicas.

La noche de esa funesta jornada, el teniente coronel Dudley Clarke, oficial del Estado Mayor de la Oficina de Guerra (War Office) británica, con veinte años de servicio y gran conocedor de la historia militar, comenzó a analizar qué habían hecho otras naciones en el pasado cuando sus ejércitos fueron batidos en el campo de batalla.

Clarke recordó que en la guerra de la Independencia de 1808-1814 los españoles habían respondido a los franceses invasores lanzando ataques relámpago tras las líneas enemigas con pequeños grupos de soldados irregulares ligeramente armados, las guerrillas. Cerca de un siglo después, los colonos holandeses resistieron al avance de las tropas británicas durante la guerra de los Bóers empleando esa misma estrategia. En 1936, en la Palestina ocupada por los británicos, estos se habían visto hostigados seriamente por grupos de árabes mal armados, pero capaces de poner en jaque a tropas regulares gracias a su gran movilidad y conocimiento del terreno.

El teniente coronel Clarke pensó que, si entonces Gran Bretaña había sido objeto de esa guerra irregular, ahora que ella debía enfrentarse a un enemigo superior podía emplear en su beneficio ese medio de hacer la guerra tan poco ortodoxo como efectivo. Así pues, Clarke decidió diseñar un plan para la creación de una nueva fuerza destinada a desenvolverse de forma similar a como lo habían hecho esos movimientos guerrilleros históricos. Buscando un nombre para esas tropas de nuevo cuño, Clarke, sudafricano de nacimiento, tomó prestado el nombre que habían adoptado los bóers: «Comandos», una palabra afrikáner que significa ‘unidades militares’.

Al día siguiente, Clarke presentó la propuesta a su superior, el jefe de Estado Mayor sir John Dill, consistente en un plan detallado para asestar golpes de mano en el continente con el objetivo de forzar a los alemanes a distraer fuerzas para proteger las costas de su fortaleza europea, retirándolas así de otros teatros de guerra. Dill acogió la idea con entusiasmo. La idea de Clarke fue trasladada ese mismo día a Churchill, que captó de inmediato las grandes posibilidades que se abrían en un momento en el que era necesario más que nunca despertar el espíritu ofensivo del ejército, abatido tras la tan rápida como inesperada derrota que había tenido su colofón con la evacuación de Dunkerque.

Comandos británicos adiestrándose en la lucha cuerpo a cuerpo, indispensable para las incursiones en territorio enemigo que les serían encomendadas.

Un día después, Churchill presentó un memorándum ante el gabinete de guerra en el que se apostaba por poner en práctica la propuesta de Clarke. El premier británico, siempre tan expresivo, habló de «crear un reinado de terror en la costa enemiga» y de lanzar una «ofensiva contra todo el litoral ocupado por los nazis que deje detrás un reguero de cadáveres alemanes».

Churchill supo transmitir su entusiasmo a los miembros del gabinete y la propuesta fue aceptada. Se creó así el Departamento MO-9 de la Oficina de Guerra, que sería conocido con el nombre de «Comandos», aunque muchos oficiales preferirían denominarlo «Servicio Especial» (Special Service); ambos nombres serían empleados indistintamente hasta el final de la guerra. Si esa reunión se celebró durante la mañana, por la tarde Clarke ya estaba trabajando en el proyecto; se le encargó que preparase una incursión lo más pronto posible.

Con toda seguridad, cuando dos días antes a Clarke se le ocurrió la idea de lanzar una guerra de guerrillas contra los alemanes, no imaginó que su idea fuera a ponerse en práctica tan rápido. Pero la amenazadora situación a la que debía enfrentarse Gran Bretaña, con las tropas alemanas firmemente asentadas en la otra orilla del canal de la Mancha y preparándose ya para el asalto a la isla, favorecía la apuesta por esas ideas novedosas, más aún después del fracaso que el ejército convencional había cosechado en el continente. Había llegado la hora de una nueva mentalidad, de nuevas tácticas y de nuevos hombres; era el momento de los comandos.

DECEPCIONANTE DEBUT

Una vez creado el cuerpo de Comandos con voluntarios de las desactivadas Compañías Divisionales Independientes (Divisional Independent Companies) que habían servido en Noruega, se comenzó a diseñar su primera acción en territorio enemigo para comprobar así su potencial con vistas a operaciones más importantes. Churchill demostró su confianza en esta nueva unidad ordenando que fuera equipada con el armamento más moderno, lo que hizo aumentar aún más el optimismo en el que se desarrollaban los preparativos para su bautismo de fuego.

En tan sólo tres semanas, Dudley Clarke ya estuvo en condiciones de cumplir la misión que le había sido encomendada por el primer ministro. La incursión al otro lado del canal de la Mancha tendría lugar la noche del 24 de junio. Un total de ciento quince hombres, a bordo de cuatro botes de rescate de la fuerza aérea británica (Royal Air Force, RAF), cruzaron el canal rumbo a la costa francesa. Su objetivo era atacar cuatro puntos al sur de Boulogne para poner a prueba las defensas alemanas y capturar unos cuantos enemigos.

Sin embargo, el resultado de la incursión no pudo ser más descorazonador. Uno de los botes llegó a tierra y sus tripulantes se dedicaron a vagar por...