Exploraciones secretas en Asia

von: Fernando Ballano Gonzalo

Nowtilus - Tombooktu, 2013

ISBN: 9788499674964 , 400 Seiten

Format: ePUB

Kopierschutz: Wasserzeichen

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Preis: 9,99 EUR

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Exploraciones secretas en Asia


 

Introducción


Las exploraciones a lugares desconocidos constituyen algo fascinante. A los que las realizaban se les considera unos héroes aunque fueran a lugares donde eran bien recibidos o llevaran fuerzas suficientes para defenderse o incluso para agredir. Una labor mucho más difícil y peligrosa fue la que realizaron los que recorrieron lugares expresamente prohibidos y para ello hubieron de adoptar personalidades y nacionalidades diferentes, disfrazándose convenientemente, pues si eran descubiertos, aquello les podía suponer la muerte.

En esta obra, que forma parte de una bilogía junto con Exploraciones secretas en África, pretendo rendir un homenaje a esos héroes, en muchos casos desconocidos para la mayoría de la gente. He incluido a todos los que realizaron algún viaje, recorrido o exploración disfrazados y adoptando una personalidad falsa. Sobre algunos de ellos hay poca documentación disponible –algo lógico, al tratarse de acciones encubiertas– pero al menos merecen que se les cite para dejar constancia de su aventura.

El ser humano siempre ha sentido una gran atracción por lo desconocido y por lo prohibido, en muchos casos inconsciente. A ese respecto es muy gráfico y claro lo que manifiesta Ludovico de Varthema, el primer cristiano en visitar La Meca disfrazado, en 1503: «Si alguno preguntara cuál fue la causa de hacer este viaje, ciertamente no podré darle mejor razón que el ardiente deseo de conocer, que a tantos otros movió a ver el mundo y los milagros de Dios que lo conforman».

Las distintas civilizaciones enseguida enviaron exploradores para que se enteraran de lo que había más allá de lo conocido. Casi todas las exploraciones solían tener un interés económico, político o religioso, aunque en muchas ocasiones sea muy difícil separar estos tres factores, pues se suelen utilizar para disimular las verdaderas intenciones o motivaciones. En otros casos, sobre todo en los que partían de una decisión individual, solía tratarse de lo que se denomina motivación de logro, el deseo de realizar algo importante o difícil, de superar un reto.

Con el desarrollo de las civilizaciones o imperios, y la competencia o pugna entre ellos, hubo regiones que estaban vedadas a los contrincantes o a todos los extraños. Esa misma prohibición acentuaba muchas veces el deseo de recorrerlas y conocerlas, porque sobre lo desconocido o prohibido se suelen crear muchas expectativas y mitos. Pero, para poder entrar, había que hacerse pasar por un nativo de esa zona o de otra región a cuyos habitantes les estuviera permitido entrar y recorrerla.

Lo que movía a los viajeros disfrazados cambiaba de uno a otro caso. Podía ser curiosidad o la atracción del reto, de lo difícil, unido a una personalidad muy especial, como en el caso de Burton, incluso patológica como en el de Lawrence. Unos eran civiles que exploraban por iniciativa propia o por encargo de gobiernos, otros eran militares que en ocasiones pedían la baja o una excedencia para no implicar a su país en esa misión. En ocasiones quizás se escondían de sí mismos.

Estos viajeros de incógnito solían ser personas obsesivas, persistentes, autocontroladas, desconfiadas, inquietas, con gran capacidad de adaptación e individualistas. A pesar de ello algunos sufrieron el estrés que suponía una simulación continuada, el temor a ser descubiertos, el no poder hablar libremente... Alguno hasta temía hablar en alto en su lengua materna mientras dormía o deliraba presa de las fiebres. Necesitaban ser muy inteligentes para aprender con rapidez, sobre todo otras lenguas y acentos. Hay un proverbio persa –trasmitido por Ella Sykes–, que dice «si estás en una habitación, sé del mismo color que la gente que hay en ella», para indicar la importancia de pasar desapercibido. Asimismo, los técnicos de camuflaje y mimetización saben que es fundamental no destacar del entorno, y no moverse mucho.

Desde la expansión del islam por buena parte de Asia muchos de sus territorios quedaron vedados a los no creyentes, que intentaron conquistarlos por la fuerza en la época de las cruzadas. Tras ellas pasó un período de tiempo sin contacto. Posteriormente, ya en tiempos del Imperio otomano, varios aventureros lograron penetrar, bien convirtiéndose al islam o simulando hacerlo. La Meca, ciudad santa y prohibida a los infieles, se convirtió en lugar mítico en el que entrar haciéndose pasar por creyente. En esta obra conoceremos las aventuras de diez hombres que lo lograron y referencias de otros que perecieron en el intento. Además de esta ciudad, toda la península arábiga también estaba prohibida a los extraños en determinados momentos. A pesar de ello, otra decena de viajeros lo intentaron.

Oriente Próximo y Asia Central también fueron lugares prohibidos y varios aventureros de ambos sexos los recorrieron bajo otra personalidad. Ellas se disfrazaban de hombres para tener más libertad de movimientos, o de esposas de alguien importante y respetable, algo que algunas han debido realizar incluso en tiempos cercanos.

Los británicos ocuparon fácilmente el subcontinente indio pero tuvieron grandes dificultades para adentrarse en el Tíbet y en Lhasa, la capital prohibida. También aquí encontraremos mujeres que lograron hacerse pasar por nativas y recorrer el techo del mundo. Lo mismo ocurría con Afganistán, pero contaron con varios aventureros que se las ingeniaron para lograrlo.

Por último, conoceremos las aventuras de varios europeos que lograron entrar y recorrer el hermético Imperio chino, con distintas motivaciones, pero todos con una cuidadosa preparación y puesta en escena.

Como en otros campos, parece que sólo existe lo que aparece en los medios de comunicación. El mayor desarrollo anglosajón en este campo ha hecho que en ocasiones únicamente conozcamos a los exploradores de esta procedencia, ignorando a los que no lo son. De hecho buena parte de mundo anglosajón, y fuera de él, considera a Richard F. Burton como el primero que entró disfrazado en La Meca cuando al menos hubo cuatro que lo lograron antes y de los que tenemos pruebas. En esta obra intentaremos dar a conocer a todos ellos, independientemente de su origen y trascendencia posterior.

Por otra parte hasta ahora nadie había agrupado a todos los que realizaron exploraciones o viajes secretos y de incógnito por Asia. Esta obra, que se complementa con otra dedicada a los que lo hicieron en África, viene a llenar este vacío y homenajear a los que llevaron a cabo estas aventuras que, en muchos casos, superan a la ficción.

Se trata de una obra de divulgación pero apoyada, en muchos casos, en los escritos originales de los viajeros, que se traducen por primera vez al español. Por otra parte, cada región y viajero comienza con una introducción histórica de la época en que se desarrolla la acción y se complementa con bibliografía para quien desee profundizar en ello.

Hubo viajeros que intentaron realizar sus desplazamientos y visitas a lugares prohibidos vestidos a la usanza occidental o diciendo claramente que eran cristianos. En parte lo hicieron porque consideraban moralmente negativo decir que no lo eran y en parte porque pensaban que, como no visitaban ningún lugar religioso, no iban a tener problema. El más claro representante fue Charles Montagu Doughty, quien en 1875 decidió visitar Madain Saleh, una ciudad de la península arábiga y de quien ya hablaremos. En Asia también ocurría lo mismo con Lhasa, la capital del Tíbet, ciudad prohibida junto con Tombuctú y La Meca y, por tanto, objetivo de bastantes exploradores y aventureros.

Otros, como los Blunt, viajaban vestidos de árabes pero siempre mantuvieron que eran ingleses. Eso sí, recorrieron zonas tranquilas, siempre protegidos por amigos árabes importantes y nunca intentaron penetrar en lugares prohibidos. A pesar de ello, sabiamente, consideraban conveniente «evitar atraer más atención de la necesaria», algo que sigue siendo válido hoy día para cualquier viajero o turista, aunque sólo sea para evitar que te sustraigan la cartera o te intenten engañar.

En muchas ocasiones escribieron pormenorizados diarios de sus viajes que permitían a los lectores soñar desde la butaca en los largos inviernos europeos. Fleming comenta al respecto: «Los exploradores, al igual que los novelistas, no perdían de vista el lucro potencial que comportaba una buena narración atractiva para el lector. En ocasiones exageraban sus experiencias a través de la invención de peligros inexistentes, el engrandecimiento de las peleas, la falsificación de los datos o un relato completamente falso de cabo a rabo. Un ejemplo notable de este último recurso lo encontramos en Frederick Cook, que desapareció en el océano Ártico canadiense durante un año y luego, en 1909, anunció que había estado en el Polo Norte, con la convicción de que nadie demostraría la falsedad de su declaración». Está claro que algunos, tanto si viajaban disfrazados o no, exageraban sus relatos, por lo que intentaremos señalarlo cuando el relato sea dudoso. En algunos casos escribieron una crónica ambigua, en la que no explicitaban el verdadero objetivo de su viaje, que se conoció tiempo después al poder acceder a los archivos de los gobiernos que los enviaron y se pudieron encajar las piezas sueltas del rompecabezas. En otros podemos decir que son como los predecesores de los redactores de guías de viaje modernos por la minuciosidad de sus descripciones y los datos prácticos que aportan como precios, servicios que ofrece cada pueblo o ciudad, etc. Con frecuencia hubo una lucha interior entre la necesidad de guardar secreto de lo visitado y conocido y la tendencia humana a dejar...