Breve Historia de las Ciudades del Mundo Clásico

von: Ángel Luis Vera Aranda

Nowtilus - Tombooktu, 2010

ISBN: 9788497639163 , 304 Seiten

Format: ePUB

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Preis: 8,99 EUR

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Breve Historia de las Ciudades del Mundo Clásico


 

Introducción

Grecia y Roma son dos de las civilizaciones que más aportaciones han hecho a la Historia. Con ellas, el mundo antiguo, heredero de los egipcios y de los mesopotámicos, llegó a su esplendor. Durante más de un milenio, los griegos primero y los romanos después llevaron la cultura a un grado de desarrollo que el mundo no había contemplado hasta entonces, y que volvería a tardar otros mil años en contemplar.

Los griegos desarrollaron el pensamiento y el conocimiento. Suyas son las grandes aportaciones teóricas que sentaron las bases de la ciencia moderna. Los romanos llevaron a la práctica los grandes avances de los griegos. Fueron ellos quienes los difundieron y los llevaron a su culmen en todo el ámbito del mar Mediterráneo. Ambas culturas destacaron en muchos aspectos, pero nosotros nos centraremos en su urbanismo.

En un principio, las aportaciones griegas al urbanismo no fueron particularmente destacadas. Hasta el siglo VIII a. C. las polis o ‘ciudades griegas’ , eran pequeños asentamientos de escasa población y con poca extensión. Pero a partir de ese momento, el crecimiento demográfico significará también el aumento de la extensión del espacio edificado. Cuando este crece, la mente organizada e inquieta de los griegos les lleva a plantearse la necesidad de racionalizar ese desarrollo urbano. Hasta entonces, las polis habían crecido de una manera anárquica, sin apenas preocuparse de su planificación o de la organización del espacio, pero los responsables de las ciudades y los propios ciudadanos eran conscientes de la necesidad de diseñar la ciudad del futuro.

En el siglo V a. C. Grecia inicia una desigual lucha contra el mayor imperio que había en ese momento, el persa. Este reacciona contra la sublevación de las ciudades griegas de la costa jonia (en la actual península turca de Anatolia) arrasando algunas polis (en particular Mileto, como represalia a los griegos por haber incendiado anteriormente Sardes, la capital donde residía el sátrapa o ‘gobernador persa’), como castigo por haberse rebelado. Aquella guerra entre David y Goliat acaba sorprendentemente con el triunfo de los que, en principio, parecían más débiles, los griegos. Y, aprovechando aquel momento de euforia, el genio griego se muestra con toda su brillantez y es el urbanismo uno de los aspectos en los que se hace patente.

Pocos años después de la destrucción de estas ciudades, un urbanista griego llamado Hipódamo recibe el encargo de diseñar un plano para la reconstrucción de la ciudad de Mileto. Hipódamo traza una nueva urbe basada en la línea recta, con manzanas rectangulares que se cortan en ángulos de noventa grados, rodeadas de calles que siguen esa misma línea. Es el plano que, en urbanismo, se conoce como ortogonal, ya que todos los ángulos del mismo se cortan con líneas rectas y son, por tanto, iguales. Hipódamo aplica el plano por primera vez en Mileto, y fue tal su éxito que a este tipo de plano lo conocemos como plano hipodámico. El triunfo de ese trazado no solo se reduce al área de la propia Grecia o a sus costas en el mar Egeo. Cuando, en el último tercio del siglo IV a. C., el macedonio Alejandro Magno emprende una de las epopeyas más increíbles de la humanidad, la conquista de todo el mundo conocido al oriente del Mediterráneo, la civilización griega se extiende por todos esos territorios, y con ella también lo hace su concepción del urbanismo.

Cuando Alejandro murió en el 323 a. C., sus generales pelearon duramente por conservar la herencia del gran rey. En esas continuas luchas que tuvieron lugar, los diádocos o ‘sucesores’ se empeñaron en hacer grande la herencia griega, no solo en lo político o militar, sino también en lo cultural. Pocos años después, esos generales acabaron por proclamarse reyes de sus respectivos territorios. Y dado que una de las tareas de todo reino es procurarse una capital digna de ser considerada como tal, los diádocos se preocuparon de construir ciudades que hicieran su gloria imperecedera.

Así aparecieron urbes como Alejandría en Egipto, que ya había iniciado el propio Alejandro; Seleucia o Antioquía, cuyos nombres proceden de algunos de los generales que habían acompañado al rey macedonio en sus campañas. En todos los casos, los urbanistas que llevaron a la práctica los proyectos de sus soberanos, es decir, de los diádocos, copiaron el diseño hipodámico que tantísimo éxito había tenido. La ortogonalidad presidió la planificación urbana de las ciudades que, con el tiempo, acabaron albergando en su interior a cientos de miles de personas.

Siempre se ha dicho, no sin razón, que Roma fue la heredera directa de la cultura y de la civilización griega, y esa afirmación cobra todo su sentido si la aplicamos al caso del fenómeno urbano. En el siglo II a. C., los romanos entraron en contacto con el mundo griego, y en pocas décadas se hicieron con el control del decadente mundo helénico. Pero los romanos, pueblo práctico como pocos en la historia, supieron reconocer la grandeza y el mayor desarrollo de la civilización que habían conquistado, y no solo la hicieron suya asumiendo cuanto pudieron de ella sino que, en la medida de lo posible, la superaron y de esa forma contribuyeron a un nuevo desarrollo del mundo helenístico. Como en tantos otros terrenos, los romanos copiaron también de los griegos los avances del urbanismo y, de ese modo, el pla no hipodámico se extiende por todo el territorio mediterráneo, en forma de colonias romanas y de nuevas fundaciones de ciudades.

Pero cuando Roma asimila la civilización griega, la capital del que luego sería el mayor imperio del mundo antiguo tenía ya detrás una historia de casi seis siglos y, a lo largo de ese extenso periodo de tiempo, el espacio edificado de la misma se había extendido ya considerablemente. Roma había crecido durante todos esos siglos de manera anárquica, y aunque los romanos aceptaron rápidamente la idea de la ortogonalidad aplicada a las nuevas fundaciones urbanas, se resignaron también a la realidad de conservar su gran capital como un conjunto desordenado de calles y de viviendas con escasas posibilidades de transformación.

Hubo algunos grandes hombres en la antigua Roma que intentaron modificar esta estructura del plano, pero todos sus esfuerzos chocaron con la realidad con la que se encontraron previamente. Finalmente, se desistió ante la imposibilidad de crear de nuevo una ciudad que poco a poco se iba acercando a la asombrosa cifra, para aquel tiempo, de un millón de habitantes.

Sin embargo, los romanos aceptaron plenamente el orden urbano de los griegos y decidieron aplicarlo en las ciudades que crearon de nueva planta. Por toda la zona mediterránea fueron apareciendo nuevos asentamientos que repetían, cada vez que el espacio disponible lo permitía, el ya clásico plano hipodámico.

Roma hizo también algunas aportaciones novedosas. Centuraciones, castrum, foro (que sustituyó al ágora griega), cardo, decumano, mundus, etc., son conceptos que aparecen por primera vez en el urbanismo de esta época. Timgad (en la actual Argelia), Tarraco (la actual Tarragona, en España), Volubilis (en Marruecos, hoy día), Cartago (muy cerca de la moderna Túnez), Leptis Magna (junto a la actual Trípoli, en Libia) y una gran cantidad de nuevas ciudades copian este diseño una y otra vez y, en muchos casos, su impronta ha llegado hasta nuestros días con la pervivencia del plano ortogonal, a pesar de los dos milenios que han transcurrido.

En este libro vamos a acercarnos, brevemente, a los dos grandes modelos existentes en época clásica, el ortogonal, que vendrá representado por Alejandría, Seleucia, Éfeso y Antioquía; y el desordenado o irregular, que tendrá como ejemplos a Pérgamo, Petra, Atenas (la más an tigua de todas las ciudades que veremos y, por tanto, muy anterior a las teorías hipodámicas) y Roma, centro del mundo antiguo.

Esta excepcionalidad del urbanismo romano nos lleva a plantear de diferente forma la evolución urbana de la gran ciudad imperial. Por una parte, Roma es probablemente la ciudad más monumental que existe en el mundo, al menos desde la perspectiva que nos interesa del mundo clásico. Por otra, es sin duda la ciudad sobre la que poseemos más información sobre su urbanismo en este periodo histórico. Es por ello que el planteamiento que hacemos en esta obra no puede ser el mismo para el caso romano que para cualquiera de las restantes ciudades. En estas últimas tendremos que centrarnos forzosamente en aspectos más generales, ya que las huellas del mundo clásico son bastante escasas en la actualidad, quizás con la excepción de Atenas, cuya época de esplendor aún es visible hoy día en algunos de los monumentos que hicieron de ella una gran ciudad de la época clásica. En Roma se conservan, en mejor o peor estado, buena...