Breve Historia de Carlomagno y el Sacro Imperio Romano Germánico - La desconocida historia de la Europa medieval y del emperador que la hizo renacer del oscurantismo y sentó las bases de la cultura de Occidente.

von: Juan Carlos Rivera Quintana

Nowtilus - Tombooktu, 2008

ISBN: 9788497636001 , 320 Seiten

Format: ePUB

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Preis: 8,99 EUR

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Breve Historia de Carlomagno y el Sacro Imperio Romano Germánico - La desconocida historia de la Europa medieval y del emperador que la hizo renacer del oscurantismo y sentó las bases de la cultura de Occidente.


 

Introducción


La bibliografía dedicada a la vida del célebre monarca de la dinastía carolingia y al más grande de los reyes francos, Carlos, conocido por sus condiciones personales como Carlos I el Grande (Magno), por lo cual fue llamado Carlomagno, veinticinco años después de su muerte, por el historiador Nitardo, es una de las más extensas de toda la relativa a la Edad Media.

Más de quince mil títulos son un reflejo material de esa profusión, sin contabilizar las cuantiosas y, en ocasiones, disonantes reflexiones y artículos periodísticos, aparecidos en publicaciones periódicas contemporáneas, en idioma castellano y en otras lenguas, que han dedicado sus evaluaciones al desempeño del nieto de Carlos Martel y primogénito del rey Pipino el Breve y la reina Bertrada, a sus avatares militares, políticos, culturales, vida sacramental y litúrgica al frente del reinado de los francos (768-814) y como emperador de los romanos (800-814).

Carlomagno nace el 2 de abril de 742 ó de 748 en Aquisgrán, Aix-la-Chapelle, en la actual Alemania, y muere el 28 de enero de 814. Es uno de los reyes más reverenciados y a la vez vilipendiados de la historia de Europa. Uno de los que atesora más exégetas y detractores; incluso, en Germania, donde nació, se lo venera como el apóstol de los sajones.

Pero bajo su autoridad, la mayor parte de los pueblos del centro y el occidente europeos comenzó un proceso innegable de desarrollo y esplendor culturales. Ello explica que la figura de Carlomagno haya sido valorada por su rol unificador, soberano y promotor en materia de legislación, educación, finanzas, cultura, fe religiosa y organización estatal. Su estampa es considerada como la del héroe cristiano por antonomasia, por su martirologio, espiritualidad, misión civil, el éxito de las arriesgadas campañas militares que dirigió y libró, junto a sus tropas, y el rol de mecenas del arte y la cultura.

Muchos mitos y leyendas se entrelazaron alrededor de su imagen y personalidad, de sus dotes monárquicas, guerreras, civiles, legislativas, financieras; de su misericordia cristiana y de los resultados del orden en que reinó y cimentó el llamado Imperio Carolingio. Es por ello que este libro pretende ser una aproximación a la figura de Carlos, al hombre con sus proezas y epopeyas, contradicciones, miserias humanas, dudas y temores, como una forma de conocer al personaje legitimo, de carne y hueso, a conocer verdadero liderazgo, despojado de la leyenda y los milagros divinos que se le atribuyeron, de la fama y las alabanzas de los poemas épicos y los libros de caballerías, escritos en Alemania, Francia, España, Italia y Portugal, que le tejieron un perfil casi sacramental dejando de lado su existencia mundana.

Es tal el estudio de la figura y la impronta que deja en su tiempo y en la posteridad, que muchos historiadores afirman que, con su aparición y accionar, la Edad Media quedó jalonada en períodos claramente delineados: desde la caída del Imperio Romano y su absorción por el poder bizantino a la constitución del Imperio de Carlomagno y de esta proclamación, al renacimiento y consolidación de la Edad Moderna y los estados nacionales independientes entre los pueblos germánicos en Europa.

En ese escenario medieval, la figura de Carlomagno fulgura en el epicentro de un torbellino de guerras expansivas, grandes matanzas y saqueos, 53 campañas militares en 47 años de reinado, rivalidades, pactos, sabiduría administrativa y legislativa, caridad religiosa y florecimiento civil, intelectual y cultural. Con él, emergió una nueva civilización europea, que se mantuvo y siguió consolidándose aún después de la Edad Media.

Por ello no resulta desmedido apuntar que con sus decisiones iluminó y cimentó las bases de la cultura de Europa, disipando las tinieblas del Medioevo.

Durante sus setenta y dos años de existencia puso todo el inmenso poder que construyó y el prestigio que cimentó al servicio del cristianismo, la vida monástica, la enseñanza del latín y el culto a las leyes. No en balde su vida ha sido considerada un paradigma monárquico para la mayoría de los reyes posteriores, y su quehacer, un estandarte de la fusión de las culturas germánicas, romana y cristiana, que serían, posteriormente, la síntesis y los zócalos de la civilización europea.

Sobre Carlomagno (en latín Carolus Magnus; en alemán, Karl der Grosse; Charlemagne, en francés e inglés y Carlemagny, en catalán) escribió el biógrafo más cercano Eginardo (quien fue su amigo y gozó de su simpatía) que se le podía ver a gran distancia por la apariencia y porte de casi dos metros de altura, pero que algo desentonaba de aquel cuerpo fortachón y robusto: una voz aflautada y tenue que contrastaba, bastante, con la elegancia varonil, el temple y las dotes guerreras.

Otros, con una mirada más pura e interesada en seguir alimentando el mito, como el monje benedictino Balbulus Notker, uno de los poetas litúrgicos suizos más importantes del Medioevo, lo describe así, en un pasaje de su libro, titulado Gesta Caroli Magni:

Entonces se vio al hombre de hierro, a Carlomagno, de férreo yelmo coronado; de hierro las manos enguantadas; de hierro el pecho; de hierro la coraza cubriendo los hombros platónicos; de hierro una lanza hacia el cielo retenía en la mano izquierda, mientras que en la derecha, sostenía siempre la espada de calibre invencible.

La Edad Media, retablo donde tuvieron lugar las hazañas y desaciertos de Carlomagno, es un período histórico de mil años, que se inicia en el 476, con el desplome del Imperio Romano de Occidente, tras ser depuesto el último emperador, Flavio Rómulo Augústulo, por el general de los hérulos, Odoacro, guerrero de una antigua tribu germánica que invadió dicho imperio en el siglo III, proveniente de Escandinavia.

La tradición popular germánica refiere que el general Odoacro incendió Pavía, saqueó Roma y depuso al emperador Augústulo haciéndose proclamar “Rey de Italia”, episodio que fue interpretado por la historiografía como el eclipse total del Imperio Romano de Occidente.

Algunos textos de la época, interesados en alimentar las fábulas de las contiendas, refieren que los hérulos practicaban ciertos rituales homosexuales iniciáticos entre guerreros. Dicen también que eran capaces de entrar a los altercados cuerpo a cuerpo incluso sin la protección de escudos, para que una vez probados en la batalla, sus maestros les permitieran llevar esa valiosa arma defensiva a los combates, lo que simbolizaba para los códigos militares de esa civilización, la entrada de lleno en la virilidad.

Esta imagen de reverencia y veneración por el escudo, como pieza de cierta estirpe y distinción social ya es recogida en el libro, escrito en el año 98, Germania, del historiador, senador, cónsul y gobernador romano Cornelio Tácito, que trata acerca del origen y las costumbres de los pueblos germánicos. En él se apunta que:

Todos los asuntos públicos y privados los tratan armados. Pero nadie usa las armas antes de que el pueblo lo juzgue apto […]. Abandonar el escudo, una vez ganado, es la mayor deshonra, y quien cometió este ignominioso acto no puede acudir a las ceremonias ni a las asambleas.

El fin del Medioevo queda establecido en los anales de la historia en el año 1453 (siglo XV) con la caída del Imperio Romano de Oriente, conocido también como Imperio Bizantino, es decir cuando la ciudad de Constantinopla o Bizancio (actual Estambul) es conquistada por los turcos.

Algunos cronistas, en cambio, sostienen otra postura y apuntan como fecha límite al año 1492, con el descubrimiento de América, pero esas controversias hoy día resultan estériles. Solo historiadores interesados en algunas tesis puntuales señalan límites más precisos, los cuales no son necesarios para nuestros propósitos pues la época, como refieren los expertos, solo es importante como indicio del período durante el cual pueden tener vigencia cierta forma de sociedad y ciertas teorías sociales. Tengamos en cuenta que a los teóricos, siempre atraídos por llegar a conclusiones personales, les resulta excitante la especulación, o mirar el pasado a través de cristales muy edulcorados o muy oscuros y nebulosos. Quizás ello explique que muchos historiadores solo vean entumecimiento, penumbras y letargo en la Edad Media.

ENTRE EL ANALFABETISMO Y EL PROGRESO


Para hacer una distinción y una periodización historiográfica de la Edad Media, los ensayistas dividen su desarrollo en dos períodos: la Alta Edad Media (siglo V a siglo X) y la Baja Edad Media (siglo XIV al XV).

Hay algunos estudiosos que señalan, además, la existencia de un tercer período, desgajado de la Alta Edad Media, denominado Plena Edad Media, para aludir a los siglo XI al XIII, cuando se dan las manifestaciones más típicamente medievales, como el florecimiento de las Cruzadas, el primer establecimiento de las nacionalidades, influidas por los nacionalismos emergentes, y el desarrollo de dos movimientos cruciales para la cultura europea: el románico y el gótico.

Muy a contrapelo de lo que algunos todavía advierten sobre el Medioevo y la llegada de varias centurias de postergaciones culturales y oscurantismos sociales, la instauración del Medioevo y su desarrollo coadyuvó a sentar las bases del feudalismo, la posterior expansión europea de las ideas iluministas, del pensamiento renacentista y el posterior nacimiento del capitalismo y la modernidad.

Durante la Edad Media, término que en su época tuvo fuertes resonancias despectivas, ligadas a cierta pátina de atraso y división, tuvieron...