Un libro de secretos - Hijas ilegítimas, padres ausentes

von: Michael Holroyd

Ediciones Siruela, 2015

ISBN: 9788416396917 , 258 Seiten

Format: ePUB

Kopierschutz: Wasserzeichen

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Preis: 9,99 EUR

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Un libro de secretos - Hijas ilegítimas, padres ausentes


 

Ernest se va al extranjero

«Es poco probable que este año acuda a la Casa de los Comunes», dijo de Ernest al Yorkshire Herald. Tras la muerte de su padre se le había nombrado socio del banco familiar de Leeds. El bienestar de los niños estaba a cargo de la familia de Luie, en Roma. Y José estaba en Londres.

No podía casarse con ella. Él mismo se encargó de explicárselo cuando pasó un tiempo prudencial desde la muerte de su mujer. Luego decidió partir hacia Sudamérica. José seguía esperándolo cuando regresó al año siguiente. La aventura ya era conocida por la familia de Ernest y todos se oponían frontalmente a ella, especialmente sus dos hermanos banqueros, Gervase y Rupert Beckett. José y Ernest comenzaron a pelearse y finalmente acordaron separarse. Determinada a empezar una nueva vida, José convenció a un amigo común para que le presentara al famoso actor y mánager Beerbohm Tree, quien quedó tan impresionado por su belleza y su figura que le dio un pequeño papel en la nueva obra de Oscar Wilde, Una mujer sin importancia cuando comenzó la temporada de 1893.

Parece poco probable que José fuese popular entre el resto de los actores. Cuando comenzó la tournée se negó a viajar con ellos en tercera clase y les enviaba a su acompañante para que les hiciera compañía mientras ella viajaba en primera. Se alojaba en hoteles de más categoría (también con su dama de compañía, que acabó siendo más popular que ella y que también tenía un papel de figurante). En una ocasión, cuando Maud, la mujer de Tree, se puso enferma, José hizo el papel de la cínica libertina, Mrs. Allonby. Lo hizo bien «porque se me da bien el papel de coqueta». Había, de hecho, varias frases de Mrs. Allonby que le iban como anillo al dedo: «Resulta un verdadero esfuerzo mantener a los hombres a raya. Siempre están intentando escapar de nosotras».

Un fin de semana de aquel verano, cuando la compañía llegó a Eastbourne, José fue a Londres para asistir a una cena organizada por un hermanastro que había llegado recientemente a Inglaterra y que se estaba alojando en el hotel Langham. Allí conoció a John Joseph Lace, un hombre apuesto y rico de treinta y pocos años, con un fino bigote y un anillo con un diamante solitario que brillaba en el dedo meñique de su mano derecha. Ya habían sido presentados, eso le dijo él, por Cecil Rhodes. José replicó sin rodeos que no le gustaba que los hombres llevaran anillos y él se limitó a quitárselo de la mano y ponérselo a ella en el dedo corazón de su mano izquierda. ¿Lo hizo en serio o fue tan solo una broma? José creía estar todavía enamorada de Ernest y le habló de él a aquel nuevo admirador suyo, pero aquello tuvo exactamente el efecto contrario al esperado. Parecía no haber nada en el mundo capaz de contener la pasión que sentía por ella. Fue de lo más halagador con ella, justo lo que necesitaba después del decepcionante trato de Ernest. Antes de que acabara el fin de semana, él ya se había declarado y ella se había acercado a él en señal de asentimiento. La semana siguiente, el 12 de agosto, se casaron en la oficina del registro civil de Hanover Square con la dama de compañía de José como testigo. A continuación lo celebraron con una fantástica comida en el Savoy.

A pesar de haberse casado aún no habían consumado su matrimonio. José había puesto como condición que no lo hicieran hasta que no se hubiese consumado la ceremonia religiosa. Eso fue al menos lo que ella le dijo más tarde a Ernest. Se trataba de un extraño acuerdo y parecía dar a entender una profunda incertidumbre tanto sobre lo que quería como sobre las consecuencias que iba a acarrear aquel matrimonio. ¿Acababa de empezar un brillante y prometedor capítulo en su vida o sencillamente había arruinado definitivamente lo que había tenido hasta entonces? El cambio de circunstancias que iba a suponer aquella decisión era radical, casi temible. ¿Podía recuperar a Ernest? ¿Podría recuperarlo todavía, después de todo? Ella pasó el fin de semana con Joseph en Leinster Lodge, desde allí viajaron a Eastbourne, donde persuadieron al indeciso Beerbohm Tree para que redujera su contrato de doce meses a seis.

A principios de aquel otoño, Joseph se vio obligado a regresar a Sudáfrica para resolver unos asuntos financieros urgentes. Cuando Una mujer sin importancia regresó al Haymarket Theatre en Londres para la segunda vuelta, Ernest fue a verla con la esperanza de poder encontrarse con José tras la función. Le dijo que ahora que su mujer llevaba muerta dos años, por fin podía casarse con ella. Es posible que ella leyera en sus palabras más de lo que él quería decir en realidad, o tal vez a él de pronto lo tentó decir algo que no sentía del todo. Ella era la amante perfecta y, la verdad, parece poco probable que sinceramente Ernest se quisiera casar con ella, pero también es cierto que siempre se dejaba llevar por sus impulsos, que eran extremadamente cambiantes. No era un hombre insincero, era coherente sin ser constante. «Y aquella fe infiel lo convertía en alguien falsamente auténtico».

La propuesta que José había temido tanto se hacía ahora realidad. ¿Qué debía hacer? Ernest Beckett era el hombre al que amaba, no podía perderlo. Lo que hizo fue evitar revelar toda la verdad, le dijo que en su ausencia se había comprometido con John Joseph Lace. Ernest se quedó estupefacto, insistió en que rompiera su compromiso y lo hizo con tanta fuerza y perseverancia que ella se vio obligada a reconocer finalmente que se había casado con él. Ernest se quedó paralizado, no se lo podía creer. ¿Cómo había podido hacerle eso a él? Pero cuando ella le juró que su matrimonio aún no había sido consumado, él replicó que en ese caso tenía que anularlo. Ella le envió un cable a su marido pidiéndole que la dejara libre.

Parecía tan difícil escapar de los hombres como impedir que se escaparan. En vez de aceptar su propuesta, John Joseph Lace se embarcó en el primer barco hacia Southampton, donde lo esperaban en el puerto la madre de José y una de sus hijas para implorarle que no viera a una esposa que realmente no quería verlo a él. Los tres juntos viajaron en tren a Londres y, al final del viaje, ya había conseguido persuadir a las dos mujeres de que José tenía que verlo. Y eso hizo. También a ella la convenció de que aquello solo sería justo si hacían un matrimonio de prueba durante tres meses en Leinster Lodge (la cuenta la seguía pagando Ernest) antes de decidir algo definitivo. No tardó en demostrarse que aquel matrimonio no tenía ningún futuro. Antes de regresar a Sudáfrica, Joseph consintió en firmar los papeles del divorcio (sin mencionar el nombre de Ernest) alegando «abandono del hogar» por parte de José. En palabras de la propia José era «un hombre entre un millón».

José y Ernest ya eran libres para vivir juntos, aunque no para casarse porque el divorcio de ella no se resolvió hasta el 23 de noviembre de 1894. En mayo de aquel mismo año José se quedó embarazada y el 25 de febrero de 1895 dio a luz a su hijo en Leinster Lodge. En el certificado de matrimonio «Joseph Dale-Lace» aparece como el nombre del padre (Dale era el apellido de la madre y Lace el de su padre). El nombre de ella era José Dale-Lace. Su apellido de soltera era «Lange-Brink» (Lange era el apellido de su madre, al que ella había dado la vuelta para crear su pseudónimo como actriz en la compañía de Beerbohm Tree: «Valdane Egnal»). Los nombres que eligió para su hijo fueron Lancelot Ernest Cecil: el primero era un homenaje al artúrico comportamiento de su exmarido, la importancia de llamarse Ernesto era para aludir al padre de la criatura y el tercero se trataba de un nombre familiar. Pero por mucho que jugara con los nombres en el certificado de nacimiento, aquel hijo suyo, nacido pocos meses después de que se cerrara el proceso de divorcio, era ilegítimo.

Ernest alquiló una casa para ellos frente al Támesis y en palabras de Daphne Saul: «estableció una asignación económica y aceptó encargarse de los gastos provenientes de la educación del chico». Aun así no se casó con ella.

Una posible razón para explicar que eso no ocurriera fue la aparición de Alice Keppel en la vida de Ernest. Se conocieron en el invierno de 1892 a 1893. Tanto su nombre como el de su marido George Keppel aparecen en la lista de invitados a Kirkstall Grange en 1893. Alice comenzó a visitarlo, esta vez sola, a la casa de Piccadilly 138, lugar al que Ernest se había mudado tras la muerte de su padre junto a las vías del tren. Según Raymond Lamont-Brown, autor del libro Los últimos amores de Eduardo VII, Ernest la cubrió de joyas, de dinero y vestidos, regalos todos ellos que parecían enviados directamente del cielo para una economía tan ajustada como la de los Keppel. A finales de aquel verano se habían convertido en amantes, al término de aquel año Alice se había quedado embarazada y a principios del verano de 1894 dio a luz a una niña. La llamaron Violet, al igual que la hermana favorita de Ernest, la «queridísima Vi», que había fallecido en 1883.

Alice había corrido el riesgo de verse expuesta al ostracismo social, pero con la ayuda de un marido comprensivo, se las arregló para manejar todo con la máxima discreción. Los Keppel siguieron visitando Kirkstall Grange hasta 1898 (aunque no en 1895, cuando estuvo invitado el Príncipe de Gales durante las carreras de Doncaster y el festival de música de Leeds). El romance que Alice tuvo con Ernest fue como un ensayo general para convertirse en amante del rey, cosa que sucedió en 1898.

Violet jamás menciona haber conocido a Ernest, su presunto padre. Si creemos a todos, ella...