Breve historia de Babilonia

von: Juan Luis Montero Fenollós

Nowtilus - Tombooktu, 2012

ISBN: 9788499673004 , 288 Seiten

Format: ePUB

Kopierschutz: Wasserzeichen

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Preis: 7,99 EUR

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Breve historia de Babilonia


 

Introducción


El amante de la historia conocerá, sin duda, nombres como los de Cleopatra, Pericles, Aníbal o Augusto. Son personajes históricos que nos conducen directamente a algunas de las civilizaciones más importantes del mundo antiguo: Egipto, Grecia, Cartago y Roma, respectivamente. La situación cambia drásticamente si los nombres propios evocados son, por ejemplo, los de Sumuabum o Nabonido. Se trata, sin embargo, de dos importantes monarcas de la historia de la antigua Mesopotamia. El primero fue nada menos que el rey fundador, hacia el 1894 a. C., de la primera dinastía babilónica, mientras que el segundo fue el último monarca de Babilonia, antes de la conquista de la ciudad por los persas en el año 539 antes de Cristo.

Es evidente que existe un preocupante desconocimiento entre el gran público de lo que fue y de lo que significó realmente el Imperio de Babilonia en el marco de la historia antigua universal. Esta discriminación de lo babilónico se hace palpable incluso en un arte tan universal como el del cine y su particular visión del mundo antiguo. Sinuhé el egipcio, Tierra de faraones, Cleopatra, La momia, etc. son algunos ejemplos de los numerosos largometrajes que, con mayor o menor acierto, han contribuido a la divulgación del Egipto faraónico. Por el contrario, la presencia de Babilonia en el séptimo arte es mínima en comparación con la de otros imperios antiguos. Una excepción es la película Intolerancia del estadounidense David Griffith, quien en 1916 creó uno de los decorados históricos más elaborados y espectaculares del cine mudo, recreando con cierta fantasía parte de la ciudad de Babilonia. Esta exclusión de lo mesopotámico (Súmer, Acad, Asiria y Babilonia) se da incluso, y de forma incomprensible, en el ámbito académico, pues en la universidad española los estudios sobre las antiguas civilizaciones mesopotámicas son absolutamente minoritarios en comparación con otros países europeos de nuestro entorno (como Francia, Alemania o Reino Unido).

Fotograma de Intolerancia (1916), película inspirada en gran medida en la antigua Babilonia. Los personajes, sin embargo, aparecen ataviados al más puro estilo asirio. Hacía ya diecisiete años que los arqueólogos alemanes estaban excavando en Babilonia.

Con el objetivo de acabar con esta injustificable laguna, el lector podrá descubrir en las próximas páginas la verdadera importancia de la apasionante y compleja historia de Babilonia, a través de una visión renovada y alejada de mitificaciones.

FRANCIA Y GRAN BRETAÑA A LA CONQUISTA DE ASIRIA


Europa siempre ha guardado un recuerdo, a través de la tradición bíblica, de sus raíces orientales y de que la historia, con Adán al frente, había comenzado en el occidente de Asia. Sin embargo, habrá que esperar a que los primeros viajeros y eruditos europeos se desplacen hasta Oriente para conocer de primera mano los testimonios de los lejanos orígenes de nuestra propia civilización.

Desde el siglo XIX la pasión de los arqueólogos por el país delimitado entre los ríos Tigris y Éufrates no ha disminuido un ápice, a pesar de los tiempos convulsos que en los últimos años ha vivido la región que hoy se corresponde con el moderno Irak y parte de Siria. Hasta las primeras excavaciones, a partir de 1842, las principales fuentes de información sobre las antiguas civilizaciones mesopotámicas (Asiria y Babilonia) eran la Biblia y los relatos de los geógrafos e historiadores griegos y romanos.

La lectura de los textos grecorromanos, y en particular del Antiguo Testamento, inspiró a muchos viajeros europeos, que desde los inicios de la Edad Media se desplazaron a Oriente Próximo para visitar los lugares donde se habían gestado algunos de los episodios de la historia bíblica. Es el caso de la ciudad sumeria de Ur, que el libro del Génesis identifica como la patria originaria de Abraham hasta su peregrinación a la Tierra Prometida, o del zigurat de Babilonia al que el mismo libro bíblico bautiza con el nombre de Torre de Babel. Estos primeros aventureros europeos de las épocas medieval y moderna eran religiosos, militares, comerciantes, médicos o diplomáticos que por su trabajo se habían desplazado hasta Oriente. A pesar de las distintas motivaciones de sus viajes, casi todos ellos mostraron gran interés en la búsqueda de evidencias tangibles sobre los orígenes remotos del cristianismo. Soñaban con ver con sus propios ojos los escenarios de Tierra Santa en los que habían vivido los protagonistas de las Sagradas Escrituras: Abraham, Isaac, Jacob, etcétera.

Entre los siglos XII y XIX nos encontramos con numerosos viajeros europeos, que muestran diversos grados de interés por el descubrimiento del antiguo Oriente. Tres lugares van a centrar su atención: Babilonia y la Torre de Babel; Nínive, la capital de los asirios; y, por último, Persépolis, la gran capital de la dinastía persa aqueménida. El primer viajero del que tenemos constancia escrita es Benjamín de Tudela, un rabino oriundo de Navarra que entre los años 1165 y 1170 realizó un largo periplo por Siria, Mesopotamia y Egipto. Resultado de esta experiencia personal es su Libro de viajes, en el que nos suministra algunos datos de interés para la arqueología. En los siglos siguientes, se sucederán numerosos europeos que, con mayor o menor acierto, nos transmitirán su particular visión de los monumentos en ruinas de las antiguas civilizaciones de Oriente, siempre marcada por un halo romántico y legendario.

Pero si se quería progresar en el conocimiento de las civilizaciones mesopotámicas era necesario pasar a una nueva etapa en la exploración, pues las descripciones de las ruinas visibles en superficie habían agotado sus posibilidades. Había que empezar a excavar en las viejas colinas de tierra que jalonaban las riberas de los ríos Tigris y Éufrates. Tan trascendental avance para la arqueología de Mesopotamia tuvo lugar en diciembre de 1842, pero no fructificó hasta tres meses más tarde. Fue en marzo de 1843 cuando el cónsul francés Paul-Émile Botta dio un paso de gigante para el descubrimiento de las civilizaciones mesopotámicas en una colina llamada Horsabad, cerca de Mosul, en el norte del actual Irak. Tras siglos de olvido, el diplomático francés había sacado a la luz espectaculares obras de un arte hasta entonces nunca visto: grandes toros alados e inmensos relieves de piedra. Botta había resucitado una civilización, la de los asirios, conocida hasta ese momento únicamente por la Biblia y los autores clásicos. Consciente de la importancia de los hallazgos, el propio descubridor escribió lo siguiente: «Yo he tenido la primera revelación de un nuevo mundo de antigüedades».

Tan importante descubrimiento será apoyado por París mediante el envío de fondos, que servirán para intensificar los trabajos con la contratación de cientos de obreros locales para las tareas de desescombro. El ritmo fue frenético y el volumen de hallazgos espectacular. Sin embargo, Botta tuvo que negociar duramente con el gobernador turco de la región (era la época del Imperio otomano) para obtener el permiso necesario y poder excavar. Mehmed Pachá, que así se llamaba el gobernador en cuestión, llegó a amenazar y torturar a los hombres contratados para cavar en la colina de Horsabad, con la sorprendente justificación de que Botta quería despertar a demonios y monstruos de piedra procedentes del Infierno. Eran los tiempos de la arqueología épica. A pesar de las dificultades, el cónsul francés excavó durante más de un año de forma ininterrumpida entre las ruinas del palacio del rey asirio Sargón II (721-705 a. C.).

Dado el evidente interés histórico de sus hallazgos, Botta envió a su país algunas de las obras de arte asirio descubiertas en sus trabajos. A tal fin, organizó una compleja empresa para transportar por tierra estos tesoros, algunos de varias toneladas de peso, en grandes carros tirados por hombres. El objetivo era alcanzar las aguas del Tigris, descender en balsas hasta la ciudad de Basora y embarcar allí la carga hasta su destino final. En febrero de 1847, y tras una larga travesía, esta llegó a París por el Sena. En mayo de ese mismo año, el rey Luis Felipe inauguraba en el Museo del Louvre las primeras salas dedicadas por una institución europea al Imperio asirio y, por tanto, a la historia de las civilizaciones mesopotámicas. Al contemplar estos tesoros antiguos, algunos llegaron a exclamar: «¡La Biblia tenía razón!».

Dibujo de un toro alado de Horsabad, la antigua ciudad asiria de Dur-Sharrukin, de Eugène Flandin, arquitecto francés que colaboró con Botta en sus excavaciones en el norte del actual Irak.

Los trabajos continuaron bajo el gobierno de Napoleón III, entre 1852 y 1854, dirigidos por Victor Place, el sucesor de Botta en el consulado francés de Mosul. Durante sus excavaciones en Horsabad, Place hizo gala de ciertas inquietudes metodológicas, ya que introdujo por primera vez el uso de la fotografía como técnica para documentar los trabajos arqueológicos. Las tareas se concentraron en la excavación del palacio, de la muralla y del zigurat de la antigua Dur-Sharrukin, la ciudad diseñada por el monarca asirio Sargón II. Los hallazgos fueron numerosos, pero la mayor parte de ellos conoció un trágico final en su transporte hacia París. El 21 de mayo de 1855 las ocho balsas cargadas por Place con tesoros asirios, entre ellos dos enormes toros alados, se hundieron en el Tigris al ser asaltadas por bandidos de la...