Anibal Enemigo de Roma - La historia y secretos del célebre general cartaginés, genio militar que conquistó Hispania, cruzó los Alpes y llegó a las puertas de Roma

von: Gabriel Glasman Saroni

Nowtilus - Tombooktu, 2010

ISBN: 9788497633109 , 256 Seiten

Format: ePUB

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Preis: 7,99 EUR

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Anibal Enemigo de Roma - La historia y secretos del célebre general cartaginés, genio militar que conquistó Hispania, cruzó los Alpes y llegó a las puertas de Roma


 

Introducción

Pocas veces un individuo ha tomado tanto protagonismo en el desarrollo histórico como Aníbal, el notable general cartaginés. Hijo pródigo de la próspera Cartago, supo encumbrarse con su consecuente oposición a la orgullosa e imperial Roma, a cuyos ejércitos y políticos jaqueó como ningún otro militar lo hiciera en su época. Personaje excluyente de la Antigüedad clásica, alrededor de Aníbal se han tejido desde entonces los más diversos relatos. Las más de las veces separado del contexto político y cultural en que se halló implicado, su figura ha crecido merced a sus actos audaces, muchos de ellos sobredimensionados a la categoría de leyenda.

En términos generales, son dos las miradas más difundidas sobre el general cartaginés.

Por un lado, se lo considera como estandarte de un mandato familiar antirromano, labrado tras la derrota de Cartago en la llamada Primera Guerra Púnica (264-241 a.C), aquella que opuso a los ejércitos cartagineses frente a las legiones de Roma cuando se disputó por primera vez la supremacía sobre el Mediterráneo, la gran vía que permitía extender la influencia política y económica de los pueblos costeros. Por entonces, sostiene esta línea argumental, fue Amílcar Barca, padre de Aníbal y general de los vencidos, quien transmitiera a su pequeño hijo un rencor visceral contra el imperio que puso de rodillas a los ejércitos y políticos cartagineses.

Según la tradición, Aníbal habría juramentado ante su padre y sus dioses odiar por siempre a Roma, y desde entonces nació en él la misión de hacer pagar a sus declarados enemigos cada uno de los pesares que le ocasionaron a su pueblo. Cornelio Nepote –una de las fuentes clásicas esenciales del período– en su obra Vidas transcribe un supuesto diálogo entre Aníbal y el rey Antíoco, en donde el primero dijera decidido:

“Mi padre Amílcar, cuando yo era apenas un niño de nueve años, al salir de Cartago rumbo a Hispania sacrificó varias víctimas a Júpiter Óptimo Máximo. Fue entonces que me preguntó si quería acompañarlo a la guerra. Yo le respondí que sí, que lo haría con gusto, y mi padre me contestó: Muy bien, vendrás conmigo si me juras lo que te pido’. Luego me llevó junto al altar de los sacrificios y ordenó dejarnos solos. Y tras ponerse la mano sobre sí, me hizo jurar que jamás firmaría una paz con Roma. Ese juramento lo he venido conservando desde entonces, y nadie puede dudar que lo seguiré cumpliendo en el futuro”.

El mito de un Aníbal vengador había hallado así su piedra basal.

Por otro lado, la persistente oposición al Imperio Romano que ejerciera Aníbal dio suficiente argumentación para presentarlo como una figura justiciera e, incluso, como el brazo ejecutor de una ecuanimidad “nacional” en una región conmovida por continuas crisis políticas y económicas, que invariablemente se dirimían en el terreno militar. De hecho, se le acredita a Aníbal cierta misión “igualitaria” abonada en su supuesta frase: “Nunca odié a Roma. Todos tienen los mismos derechos: Siracusa, Roma, Atenas…. Pero Roma sólo se reconoce a sí misma”.

De esta manera, Aníbal fue convertido en un adalid en la lucha contra el atropello y la impunidad romana, y sus campañas militares contra la Loba resultaron algo así como una respuesta tan necesaria como forzada por la sed imperial de los latinos. El historiador Eduard Meyer, por caso, llega a formular la guerra de Aníbal contra Roma como una guerra por la independencia de los pueblos y los Estados”, cuyo sentido final sería el “mantenimiento del sistema político existente hasta entonces.”

Así las cosas, me apresuro a subrayar que si el argumento del compromiso de odio y venganza resulta por demás vidrioso, en tanto excluye como determinante la historicidad de los acontecimientos, no menos frágil es el que lo señala como un estadista respetuoso de las soberanías de los pueblos en las zonas en disputa. Basta echar una mirada sobre la invasión y conquista púnica en África, Italia, Hispania y en la Galia para descartar de plano este argumento, pues cabe preguntarse legítimamente qué fue de los derechos de los pueblos conquistados y sometidos por el propio Aníbal.

De todos modos y a pesar de sus diferencias, ambas orientaciones explicativas del “fenómeno” Aníbal se emparientan con una misma mirada sobre su capacidad militar, generadora de acontecimientos triunfales de reconocida genialidad estratégica a pesar de contar casi siempre con menos recursos que su enconado enemigo. Al calor de estos sucesos, su figura y liderazgo creció para ser comparado sólo con Alejandro Magno y Napoleón Bonaparte.

Tal vez este último factor es el que más ha contribuido a generar en el imaginario popular un Aníbal luminoso, único, capaz de cuestionarle y, aún más, arrebatarle la iniciativa a una Roma voraz de arcas colmadas de oro y plata, siempre custodiadas por las más efectivas legiones.

Ahora bien: ¿Quién fue en verdad Aníbal? ¿Acaso un símbolo de rebeldía? ¿Un caudillo de un imperio en disputa? ¿El brazo ejecutor de un mandato familiar? ¿El brillante estratega político y militar?

Ciertamente, la vida privada de Aníbal no estuvo al margen de sus decisiones públicas, como así tampoco sus elecciones individuales divorciadas de las que involucraron a centenares de miles de hombres y mujeres en las dos orillas del Mediterráneo. Aníbal, pues, fue todo ello a la vez y ninguno de manera excluyente.

Fue político y militar, tan frío y calculador en los campos de batalla como generoso y diplomático en la búsqueda de aliados. Actuó con el sentimiento devenido de su legado familiar y representó sin dudas una opción política de su pueblo y sus representantes. En ese marco, brilló por su audacia y creatividad; acertó y se equivocó, y conoció los placeres de la victoria y la humillación de la derrota inapelable. Vivió rodeado de la admiración de propios y ajenos, y murió traicionado y en soledad.

Por más que a simple vista su vida pareciera un conjunto de paradojas, nada sería más desacertado. Por el contrario, estuvo signado por elecciones y actuaciones comprometidas con la historicidad de su vida, en un contexto que no eligió, pero decidió alterar para el beneficio personal y de un colectivo social que depositó en él sus expectativas y anhelos más íntimos.

Quien crea que Aníbal fue esencialmente un gran militar no se equivoca, aunque lo haría si no agregase de inmediato a sus cualidades la de un político excepcional, tanto por su racionalidad como por su capacidad de gestión. Fiel representante de la cultura fenicia, fue hábil en la negociación, y supo reconocer los límites del poderío de las espadas tanto como el valor de los pactos. Y pocos entendieron como él las motivaciones de un pueblo para ir a la guerra y cómo incentivarlo. Tampoco se le escapó la actuación y la idiosincrasia de sus enemigos, a quienes analizó detenidamente antes de enfrentarlos y vencerlos en numerosas oportunidades.

En términos históricos, puede decirse que Aníbal estuvo presente en uno de los acontecimientos claves de la humanidad, cuando se dirimió la hegemonía de un sistema político y económico, el del Imperio Romano, que dejaría su huella en los siguientes siglos, y cuya influencia se prolongaría a lo largo de Occidente hasta Oriente. De alguna manera, no se entiende la fuerza y la dimensión de aquel Imperio –el mayor y más extraordinario de la Antigüedad– sin un Aníbal que se atreviera a enfrentarlo. Y hasta es posible conjeturar que sin ese enfrentamiento, tal vez Roma no hubiera sido tal, pues en la lucha contra el genial cartaginés forjó los sostenes que la mantuvieron vigente en los siglos siguientes.

Analizar a Aníbal en tal contexto tiene sus bemoles. La historiografía clásica romana y pro romana, la que más ha recogido su trayectoria o, por lo menos, la que ha sobrevivido a los tiempos, resulta una fuente documental de excepción, pero sus juicios están viciados de un encono de igual dimensión que el del cartaginés contra los romanos. No podía ser de otra manera. En general, Apiano, Tito Livio, Polibio, Cornelio Nefote y Plutarco, por citar a los más importantes, no dejan pasar la oportunidad para descubrir la “oscura trama” que anidaba en Aníbal –crueldad de “bárbaro”, avidez de riquezas, sed de venganza, etc.– mostrando...