Shackleton, el indomable - El explorador que nunca llegó al Polo Sur

von: Javier Cacho

Fórcola Ediciones, S.L., 2016

ISBN: 9788416247202 , 300 Seiten

Format: ePUB

Kopierschutz: frei

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Preis: 9,99 EUR

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Shackleton, el indomable - El explorador que nunca llegó al Polo Sur


 

el niño que quiso viajar


Desde los tiempos más remotos los padres han deseado conocer el futuro que les esperaba a sus hijos recién nacidos. Adivinos, magos, sacerdotes, hechiceros, chamanes… todos han querido encontrar la respuesta interpretando la posición de las estrellas, las vísceras de las ofrendas, el vuelo de los pájaros, los fenómenos atmosféricos o cualquier otro signo de la naturaleza. Hoy miramos esas prácticas con una benevolente sonrisa de racionalidad, sin embargo, hoy como entonces, todos los padres quisieran poder adivinar el futuro de sus hijos en una bola de cristal. Pero no es posible, la vida tiene que desplegarse por sí misma, latido a latido, paso a paso, pensamiento a pensamiento. Orientarse sutilmente hacia ese destino al que nos encaminan nuestro temperamento, nuestra educación y nuestros anhelos.

No obstante, también es cierto que cuando se contempla la trayectoria de una persona desde la perspectiva del tiempo es posible apreciar en esa sucesión de acontecimientos que componen su vida la presencia de ciertas tendencias, de cadencias recurrentes, de patrones que se manifiestan hasta que todo se orienta en una dirección determinada, ya sea profesional, afectiva, cultural… o todas al mismo tiempo.

Éste es el caso de Ernest Shackleton. Su vida podría haber seguido unos derroteros muy diferentes, pero algo parecía empujarle fuera de los senderos socialmente preestablecidos hacia su propio camino, por solitario o difícil que fuese. Por eso podríamos decir que su historia comenzó no el día de su nacimiento sino mucho tiempo antes, decenas de años o quizá siglos, porque era necesario que se descubriese un continente, la Antártida, para que allí, sobre aquel desierto helado, surgiese la capacidad de liderazgo por la que Shackleton siempre será recordado.

En busca de un continente

Intuida con ingenuidad por los griegos, como forma de compensar en el planeta la existencia del Ártico, la Antártida se convirtió durante siglos en una región mítica. El único lugar que mucho antes de ser descubierto fue soñado por los filósofos como un paraíso, descrito por los geógrafos como una tierra de promisión y buscado con anhelo por los mejores navegantes. Sin embargo, el cinturón de aguas heladas que la rodeaba, plagado de terribles tempestades, vientos huracanados y amenazadores icebergs, resistiría todos los intentos de expediciones españolas, francesas u holandesas por encontrarla… e incluso los embates del más famoso de los marinos del siglo xviii, el capitán Cook, que dedicó tres años de duros esfuerzos e inútiles sufrimientos a localizar tan anhelado continente. No lo logró, y al término de sus viajes, desilusionado, amargado y arrogante, negaría la existencia de la Antártida, y si en un momento llegó a concederle una mínima posibilidad de realidad fue para decir de ella, con despecho, que sería «una tierra maldita condenada por la naturaleza a no recibir nunca el calor de los rayos solares y a permanecer eternamente encerrada en el frío y entre hielos»1.

Su prestigio de concienzudo buscador y experto navegante hizo que durante décadas sus palabras borraran la Antártida del mapa de intereses políticos y comerciales. Ningún país volvió a enviar otra expedición en su busca, y tuvo que ser la casualidad la que llevara a otro marino inglés, William Smith, en los primeros años del siglo xix, a descubrir un grupo de islas al sur de Tierra del Fuego, que enseguida se consideraron como la primera prueba de que el misterioso continente podría existir. La quimera de la Antártida volvió a hacer acto de presencia en la escena mundial, pero en este caso para atraer miradas codiciosas sobre aquellas islas recién descubiertas y repletas de focas y elefantes marinos. Barcos de cazadores acudieron en busca de las cotizadas pieles de estos animales, y fue tal la masacre que provocaron que, en menos de cuatro años, llevaron a estas especies al borde de la extinción.

Si bien estos navíos pertenecían a compañías de diferentes nacionalidades, una vez que esquilmaron la zona los marinos que –impulsados por una mezcla de interés comercial y geográfico– se adentraron en los mares contiguos en busca de nuevos territorios de caza eran británicos. Entre aguas tan peligrosas como desconocidas y soportando todo tipo de penalidades, estos marinos avanzaron lentamente avistando, aquí y allá, nuevas tierras que hicieron renacer la esperanza de encontrar tan esquivo continente.

Como siempre ha ocurrido en la historia de la humanidad, la ambición por nuevos territorios hizo que tres de las naciones más poderosas de la época, Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, preparasen, de forma casi simultánea, expediciones a tan lejanos y helados confines. Todas tuvieron que afrontar una lucha terrible contra un medio inmisericorde que castigaba a hombres y navíos, pero también todas recibieron la recompensa de alcanzar su objetivo y descubrir nuevas tierras. Aunque, eso sí, completamente cubiertas de hielo y nieve.

De las tres expediciones, la primera en divisar un pequeño tramo de costa antártica y desembarcar en una isla adyacente fue la francesa, pero su victoria quedó empañada por la norteamericana cuando poco después consiguió recorrer una nueva costa helada de más de 1000 kilómetros de longitud. Sin embargo, ambas gestas fueron eclipsadas por la que llevaron a cabo los británicos, que, mejor equipados y dirigidos por el marino con más experiencia polar de la época, James Ross, consiguieron una proeza que nadie podía ni imaginar. Dirigiéndose hacia el Sur desde Nueva Zelanda, sus navíos se enfrentaron a un compacto mar poblado de hielos que ya había hecho retroceder primero a su compatriota Cook y después al almirante ruso Bellinghausen, otro gran navegante. Con denodado esfuerzo lograron atravesarlo y descubrir que detrás de él se hallaban aguas libres de hielos, que con posterioridad, en justo reconocimiento a tal proeza, llevarían el nombre de quien lideró la expedición y hoy se conoce como el mar de Ross.

Nada más atravesar ese cinturón de hielos, los barcos británicos ya se encontraban mucho más cerca del Polo que las expediciones francesa y norteamericana, pero siguieron avanzando por aquel mar hacia el Sur, mientras iban descubriendo por el Oeste centenares de kilómetros de costa montañosa cubierta de hielo y glaciares. Hasta que, de repente, se toparon con un espectacular acantilado blanco, la Gran Barrera de Hielo, que con casi 1000 kilómetros de longitud bloqueó por completo su avance. Aquel obstáculo frustró sus sueños de seguir avanzando hacia el Sur, e incluso de llegar al mismísimo Polo, aunque se habían convertido en los seres humanos que más se habían acercado pese a que todavía distaban casi 1300 kilómetros. Pero lo más importante, aunque ellos en aquel momento no pudieran ni imaginarlo, es que habían abierto el camino para todas las futuras expediciones británicas a la Antártida y, en especial, para la carrera al Polo Sur que medio siglo después comenzaría Shackleton y culminaría con el duelo épico protagonizado por Amundsen y Scott.

Ciertamente, los descubrimientos geográficos de las tres expediciones fueron muchos; sin embargo, las dificultades que tuvieron que padecer, unidas a la falta de estímulos económicos de las nuevas tierras, cubiertas con una gruesa capa de hielo, hicieron que la Antártida cayese una vez más en el olvido. Durante décadas nadie volvió a interesarse por ella. Hasta el punto de que cuando en 1870 la Royal Society –la gran institución científica británica, que en aquellos tiempos era como decir del mundo– preparó el famoso viaje de investigación oceanográfica del Challenger, no le prestó la más mínima atención al continente antártico.

Las únicas instrucciones que recibió el comandante del navío en relación con la Antártida fueron que comprobara si podía ser cierta la apariencia de tierra que años atrás había sido observaba sobre las coordenadas 80o E y 65o S. Y así, siguiendo las órdenes, después de completar su primer año de navegación, a principios de febrero de 1874 el Challenger puso rumbo a la Antártida y el 15 de ese mes sobrepasaba el Círculo Polar Antártico, donde permaneció tan sólo unas pocas horas para comprobar la inexistencia de tierras.

Esta fecha tiene una doble significación: por una parte, porque fue la primera vez que un barco a vapor atravesó el Círculo Polar Antártico; por otra, porque en ese mismo día, a decenas de miles de kilómetros de distancia, en la localidad irlandesa de Kilkea, cerca de Dublín, nacía Ernest Henry Shackleton.

Mitad inglés, mitad irlandés

Ernest Shackleton nació en el seno de una familia anglo-irlandesa por parte de padre e irlandesa por parte de madre. Sus ancestros por línea paterna se remontan al siglo xiii, incluso en algún documento de la época se les menciona como «los peleones Shackleton»2 por el importante papel que jugaron en las guerras fronterizas de ese período. También por parte materna se pueden rastrear destacados antepasados, uno de ellos llegó a comandar el barco insignia de la escuadra del almirante Nelson en la batalla de Copenhague.

Fue el segundo de diez hijos y el primero de los dos varones. Cuando tuvo lugar su nacimiento, la situación económica de la familia era bastante holgada. Disponían de suficientes tierras para permitir que su padre se ocupase sólo de dirigir la granja y del cuidado de su jardín. Aquel entorno de vida al aire libre, donde transcurrieron los primeros seis años de la vida de...