Operación Trompetas de Jericó

von: Javier Martínez-Pinna

Nowtilus - Tombooktu, 2015

ISBN: 9788499677415 , 224 Seiten

Format: ePUB

Kopierschutz: Wasserzeichen

Windows PC,Mac OSX geeignet für alle DRM-fähigen eReader Apple iPad, Android Tablet PC's Apple iPod touch, iPhone und Android Smartphones

Preis: 7,99 EUR

Mehr zum Inhalt

Operación Trompetas de Jericó


 

Introducción


Ya era medianoche, y esta maldita búsqueda de lo que los cabalistas judíos conocemos como el nombre secreto de Dios seguía sin dar los resultados esperados. Las últimas horas las había consumido vagando sin rumbo fijo por las oscuras y serpenteantes callejuelas de la ciudad de Toledo. Mirando a uno y otro lado, podía sentir cómo esos edificios, cargados de historia y misterio, me contemplaban mientras me preguntaba cuál podría ser el lugar, si es que realmente existía, en donde podía encontrar la clave necesaria para poner en funcionamiento la reliquia más sagrada de mi pueblo. Eso fue, por lo menos, lo que yo les había prometido a mis carceleros, y a los enemigos de mi gente, cuando sin saber muy bien cómo me propusieron encontrar para ellos la clave para activar esa terrorífica arma secreta, que para nosotros era el Arca de la Alianza.

Todo había empezado una fría mañana de enero, justo antes de que los temibles guardianes negros de la SS irrumpiesen en el pabellón del campo de concentración en donde estaba alojado junto a todos mis hijos varones. Yo ya llevaba despierto cerca de una hora, tal y como era habitual desde que había llegado a este mísero lugar, en donde a todos nosotros nos esperaba la peor de las fortunas. No había esperanza para los millones de judíos que no habíamos logrado atisbar el horror que estaba a punto de abatirse sobre todos nosotros. Ahora estábamos pagando por ello.

Eso es lo que cada día pensaba, justo antes del amanecer, mientras forzaba la vista a través de esa estrecha rendija situada en la cabecera de la incómoda litera en la que pasaba cada noche, y por donde se deslizaba un frío glacial, cargado de humedad, al tiempo que me preguntaba si esa jornada iba a ser la última en la que mis ojos contemplasen a mis amados hijos bajo la mortecina luz de este lugar cargado de odio y pesar. Las lágrimas empezaron a deslizarse sobre mis pálidas mejillas, mientras me volvía a martirizar por no haber logrado entender a tiempo el peligro al que nos enfrentábamos. En ese mismo momento, en el que me volvía a repetir que daría hasta mi propia alma por sacar a los míos de este infame lugar, la puerta del pabellón empezó a abrirse lentamente emitiendo su típico chirrido desgarrador, que me recordaba que esas escasas horas de paz habían terminado para nosotros.

Una desconocida silueta empezó a avanzar por el pasillo, en silencio, mientras deslizaba suavemente la cabeza en una y otra dirección buscando algo que yo ni siquiera podía imaginar. Mi corazón empezó a palpitar con fuerza, más aún cuando observé cómo este extraño personaje marchaba decididamente hacia el rincón en donde mi familia apuraba sus últimos momentos de sueño. Tratando de pasar lo más inadvertidamente posible, cerré los ojos y disimulé la respiración entrecortada provocada por el terror que esa imponente figura provocaba con su sola presencia. De repente el silencio se apoderó de la estancia, era evidente que este centinela había encontrado lo que buscaba, y después de unos segundos que a mí me parecieron interminables, una colosal mano empezó a zarandearme, obligándome a saltar de la cama, para advertirme que mi presencia se requería de forma inmediata en la caseta del primer oficial.

Apenas tuve tiempo para vestir las escasas prendas con las que contábamos y que de poco servían para combatir este intenso helor invernal. Estaba seguro de que había llegado mi momento final, pero ni siquiera tuve valor de mirar a los míos, tal vez por última vez, por el temor a perderlos e imaginar el siniestro destino que les esperaba, solos, en este macabro campo de concentración.

Presa del pánico, seguí a escasa distancia al enorme centinela, mientras apretaba su paso hacia una estancia que ya se empezaba a vislumbrar gracias a los primeros rayos de luz que acariciaban, sutilmente, este paisaje oscuro en el que nos encontrábamos provisionalmente asentados. Algo extraño debía de ocurrir para que todo un coronel de la SS me estuviese esperando en su despacho a esas horas de la madrugada. Cuando por fin llegamos a nuestro destino, mi acompañante informó a sus superiores de que el rabino judío esperaba el permiso pertinente para presentarse ante los oficiales. No tuve que esperar mucho tiempo. Inmediatamente recibí la orden de entrar en una austera pero confortable habitación, con la cabeza baja en señal de respeto y de asunción de mi inferioridad racial frente a unos individuos que se autoconsideraban miembros escogidos de una supuesta raza superior, en la que sólo ellos creían. Uno de los alemanes que se encontraban en el interior de la estancia se dirigió hacia mí en un tono firme, pero lejos de ese modo brutal y ofensivo que el resto de los SS habían usado con todos nosotros desde que llegamos aquí y nos encerraron entre estos muros.

—Rabino –se dirigió hacia mí mientras daba vueltas lentamente alrededor de mi escuálida figura–, has resultado bendecido por tu Dios al haber sido elegido para realizar un importante encargo para nuestro Führer y para Alemania.

El pánico dejó paso a la indecisión. Sin poder creer lo que estaba ocurriendo levanté la cabeza y observé cómo el coronel de la SS me observaba con una mirada inundada de rabia, mientras que su acompañante, un hombre de formas más elegantes, sonreía divertido al tiempo que estudiaba a ese extraño espécimen que tenía frente a sí.

—Es un honor poder servir a nuestro líder y a nuestra gran nación –dije tratando de ocultar mi asombro y mi ansiedad por saber qué es lo que estos malnacidos querían de mí.

—Ha respondido como un auténtico patriota –respondió con mofa mi desconocido acompañante, al mismo tiempo que miraba con complicidad a un coronel que aún se preguntaba por los motivos por los que le habían hecho salir de su cálida cama para entrevistarse con uno de sus judíos.

—¿Ha oído hablar del Arca de la Alianza? –Una pregunta absurda, pensé yo, sabiendo que se la estaban haciendo a un rabino del pueblo de Israel–. Pues bien –se contestó a sí mismo–, debe de saber que no hace muchas semanas uno de nuestros arqueólogos que se encontraba investigando la historia de este y otros objetos de culto de la degenerada religión judeocristiana encontró una pista bastante fiable sobre el paradero de la reliquia en la ciudad de Venecia, Italia.

Ambos se quedaron mirándome esperando una respuesta. Frente a estos tipos una palabra fuera de lugar podía condenarme si lo que oían no era del todo lo que esperaban.

—Una excelente noticia, señor. Desde hace siglos nuestros rabinos y estudiosos de la Ley Sagrada han intentado buscar alguna pista sobre su paradero, pero nunca hemos logrado tener ni la más remota idea del lugar en donde fue ocultada antes de la destrucción del Templo de Salomón en el 586 antes de Cristo.

Era evidente que le habían gustado mis palabras. En parte porque lo reafirmaba en su creencia de que este trabajo sólo era asequible para los miembros de una raza privilegiada física e intelectualmente.

—Es posible que sus rabinos no sean tan doctos como se consideran –respondió sin ningún tipo de pudor–, pero eso ahora poco importa. Nuestro Reichsführer, Heinrich Himmler, está dispuesto a encontrar este objeto sea como sea, y ahora usted va a ayudarnos a conseguirlo. Es innegable –continuó– que los poderes relacionados con el Arca pueden ayudarnos a ganar la guerra contra todos aquellos que desafíen a nuestra poderosa Alemania y a nuestro gran líder Adolf Hitler.

—Pero, señor –continué–, ninguno de nuestros rabinos ha conseguido nunca ofrecer una explicación racional sobre el lugar en donde deberíamos buscar. Nuestros conocimientos son puramente teóricos –susurré mientras escrutaba con atención el atuendo del individuo que tenía frente a mí.

—Deje eso para nosotros, los miembros de la Ahnenerbe nos ocuparemos de recuperar eso que su pueblo perdió hace tanto tiempo. Además, usted es un afamado cabalista, y sabemos que según sus tradiciones sólo un auténtico conocedor de la cábala judía será capaz de activar esos poderes sobrenaturales que tanto pueden hacer para nuestra causa.

Por fin comprendía los motivos por los que los nazis me habían buscado y cuál era el trabajo que esperaban de mí. A pesar de que desde el principio lo habían tratado de mantener en secreto, yo ya sabía que no hacía mucho tiempo algunos de los miembros del Partido Nacional Socialista, sin duda los más fanáticos creyentes en las ciencias ocultas, habían formado una especie de asociación, compuesta por auténticos majaderos, a la que se la denominó Sociedad de Estudios para la Historia Antigua del Espíritu, mejor conocida como la Deutsches Ahnenerbe, y dedicada al estudio de la herencia ancestral alemana, para poder comprobar cuáles eran los orígenes de la superioridad de la raza aria. También sabía que dentro de la Ahnenerbe existía un departamento encargado de encontrar las reliquias sagradas de unas religiones despreciadas por ellos. Entre sus principales objetivos estaban el Arca de la Alianza y el Santo Grial, y fue tal la obsesión del fundador de la sociedad, Heinrich Himmler, que no dudó en patrocinar decenas de excavaciones por todo el mundo, con la única intención de encontrar estos y otros objetos de poder.

Sí; ahora entendía muy bien el interés que mi humilde persona había provocado entre los asesinos de mi pueblo, pero lo más importante de todo es que por fin se abría ante mí la posibilidad de sacar a mi familia de esta maldita cárcel en donde sólo nos esperaba...