Francisco Ferrer Guardia - Anticlericalismo, pedagogía y revolución

von: Juan Avilés Farré

Punto de Vista, 2014

ISBN: 9788415930457 , 400 Seiten

Format: ePUB

Kopierschutz: frei

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Preis: 6,99 EUR

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Francisco Ferrer Guardia - Anticlericalismo, pedagogía y revolución


 

Prólogo

Este libro representa una nueva versión, considerablemente renovada, de aquel que con el título Francisco Ferrer y Guardia: pedagogo, anarquista y mártir publiqué en 2006 en la editorial Marcial Pons, ya descatalogado. Durante los ocho años trascurridos desde su publicación he aprovechado todas mis visitas a distintos archivos para reunir nuevos datos sobre el tema y he escrito diversos artículos sobre el mismo en español, italiano y francés. A instancias de mi amigo José Luis Ibáñez y de Punto de Vista Editores he decidido pues reelaborarlo para una nueva vida electrónica. El cambio del subtítulo, que pasa a ser Anticlericalismo, pedagogía y revolución, viene a subrayar que a través de la peripecia vital de Ferrer este libro pretende evocar las luchas intelectuales y políticas de hace un siglo, cuando el conflicto entre católicos y librepensadores llegaba a su auge en la Europa latina y la perspectiva de una revolución violenta ilusionaba o atemorizaba a distintos sectores de la sociedad.

Francisco Ferrer ha resultado siempre una figura intrigante. Lo fue para sus contemporáneos y lo ha seguido siendo para los historiadores. Su insólita condición de millonario subversivo; el extraño origen de su fortuna; su posible implicación en dos atentados contra el rey Alfonso XIII; la escuela que creó, convertida muy pronto en un mito de la pedagogía libertaria; su condena sin pruebas como jefe de una rebelión; la extraordinaria campaña internacional que su muerte provocó, todo ello le convierte en un personaje realmente singular. Lo más curioso es que, un siglo después, muchas dudas persisten. ¿Era realmente anarquista? Si lo era, ¿por qué tenía tan buenas relaciones con republicanos como Lerroux? ¿Fue un innovador pedagógico o se limitó a inculcar los principios anarquistas con métodos tradicionales? ¿Participó realmente en la preparación de atentados? ¿Por qué suscitó su fusilamiento tanta emoción en los medios internacionales de izquierda?

En los primeros tiempos después de su muerte, estas preguntas despertaron un gran interés y se multiplicaron los libros y artículos sobre su caso, algunos desde una perspectiva crítica, los más desde una perspectiva favorable. Luego el interés fue decayendo. Es cierto que ningún estudio sobre la política española en el reinado de Alfonso XIII dejaba de mencionarle, pero su figura seguía siendo poco conocida. En los primeros tiempos de la transición democrática, en pleno auge de la renovación pedagógica, se publicaron varios estudios acerca de su obra escolar, el más completo de los cuales, el de Buenaventura Delgado, apareció en 1979. Sus conexiones terroristas también han despertado el interés de distintos autores, desde el artículo pionero de Joaquín Romero Maura (1968, reeditado en 2000) hasta el libro de Eduardo González Calleja (1998). Se trata sin embargo de aportaciones parciales que, aunque valiosas, iluminan tan sólo aspectos particulares de su trayectoria vital. En el último medio siglo sólo se ha escrito una biografía de Ferrer, publicada en París en 1962 y traducida al español en 1980. Fue obra de su hija Sol, cuya capacidad como historiadora quedaba muy por debajo de su devoción filial.

Creo pues que resultaba conveniente revisar su biografía y el año 2006, cuando se cumplía un siglo desde que su colaborador Mateo Morral lanzara una bomba en la calle Mayor de Madrid sembrando la muerte entre quienes presenciaban el paso del cortejo nupcial de Alfonso XIII, representaba un buen momento para hacerlo. Tanto más que no faltaban fuentes para estudiar su vida y su obra. La Fundación Ferrer y Guardia de Barcelona se ha esforzado en reunir documentos y libros sobre él; los que recopiló su hija Sol se hallan en la biblioteca de la Universidad de California en San Diego; se encuentran cartas suyas en distintos archivos y también reproducidas en antiguos libros; los informes sobre él de la policía francesa pueden consultarse en archivos de París; mucha documentación relativa a sus dos procesos fue publicada en cinco gruesos volúmenes hace casi un siglo; el eco de su muerte resuena en informes diplomáticos, folletos y artículos de prensa que he rastreado en archivos y bibliotecas de distintos países. Dos ayudas para proyectos de investigación, del Estado español (HUM 204-0640) y de la Comunidad de Madrid (06/HSE/0078/2004), facilitaron los desplazamientos necesarios.

El subtítulo de la primera versión de este libro −quizá influido por el de Traidor, inconfeso y mártir que Zorrilla dio a uno de sus dramas− aludía a tres términos con los que a veces se alude a Ferrer: pedagogo, anarquista y mártir. Ferrer no fue un gran pedagogo, no aportó ideas originales al pensamiento educativo, pero la Escuela Moderna que fundó, con todas sus contradicciones y limitaciones, representaba algo nuevo en la España de la época. Fue anarquista en el doble sentido de la palabra, en el más habitual de partidario de una sociedad sin autoridad y en el que era habitual en la Europa de entonces, es decir el de partidario de recurrir a los atentados en la lucha contra las autoridades. Y por último fue considerado por muchos como un mártir laico, que murió por sus ideas. De hecho este último aspecto es el más importante en Ferrer. Este libro no se hubiera escrito si el director de la Escuela Moderna no se hubiera convertido, aunque sólo fuera por un breve tiempo, en uno de los mártires del panteón imaginario de la izquierda.

Para entender el devenir histórico, hay que prestar tanta atención a los mitos como a las realidades, porque, en cierto sentido, los mitos son realidades. Las creencias, las imágenes, las ideas, las frases hechas, toda la variedad de representaciones mentales que pueblan nuestros cerebros, condicionan nuestra conducta y se convierten por ello en una agente transformador de la realidad. Es posible estudiar su difusión, su epidemiología podríamos decir, analizando el modo en que se transmiten a través de distintos medios, que en tiempos de Ferrer consistían sobre todo en la palabra oral y escrita, y lo más interesante resulta preguntarse por qué ciertas ideas, creencias, imágenes o mitos tienen una especial capacidad para captar el interés de los seres humanos.

Esto significa que la obra que tiene el lector en sus manos se mueve en un doble registro. Por un lado el de los hechos en el sentido clásico. En algunos capítulos se ha realizado un esfuerzo casi de detective para analizar todas las pruebas de que se dispone acerca de la génesis de los atentados contra Alfonso XIII o de la participación de Ferrer en la Semana Trágica. Espero que los aficionados a la novela policíaca sepan apreciarlos en su justo valor, aunque en la historia siempre quedan cabos sueltos y no siempre se pueda afirmar con seguridad quién lanzó determinada bomba. El otro registro es el de las representaciones mentales y muy especialmente el de las creencias falsas y los mitos. El propio Ferrer, ferviente anticlerical, convencido de que la religión consistía en una serie de falsedades con las que la Iglesia esclavizaba la mente del pueblo, no habría tenido dificultad en aceptar que lo que la gente creía era importante, a diferencia de los marxistas, que consideraban el pensamiento como una consecuencia necesaria de la estructura social. Le habría resultado en cambio difícil aceptar el contenido mítico de algunas de sus más firmes creencias, como la extraña concepción cientifista de que cabe deducir de la ciencia unos principios éticos, o la fe anarquista en que bastaría destruir las instituciones para construir una sociedad libre.

Así es que los mitos contrapuestos de la izquierda y la derecha, que en buena medida se alimentaban recíprocamente, juegan un papel destacado en este libro. Incluidos ese tipo de mitos que se suelen denominar teorías de la conspiración, es decir la creencia en poderes ocultos que gobiernan en mayor o menor medida el mundo. La teoría de la conspiración favorita de la izquierda era de carácter anticlerical y Ferrer, como veremos, la compartía plenamente. No se trataba sólo de laicismo o de defensa de la libertad de conciencia frente al dogmatismo católico, aunque esto también era importante, sino de la atribución al clero de un poder que realmente no tenía, e incluso su consideración como genuinos enemigos de la humanidad. Ni la Semana Trágica de 1909 ni la matanza de clérigos del verano de 1936 tuvieron lugar por casualidad, sino que respondían a percepciones firmemente arraigadas en la imaginación de la izquierda. Por su parte, la derecha católica creía hasta extremos sorprendentes en una peculiar teoría de la conspiración, la que atribuía a la masonería, en conexión con el judaísmo y posiblemente inspirada por Satanás, el papel de inspiradora de todos los ataques contra las instituciones que garantizaban la paz y el orden en este mundo y la salvación en el otro.

Republicano, masón, librepensador y anarquista, Ferrer estuvo en el ojo de ese huracán mítico. Lo estuvo sobre todo porque era un pedagogo, pues la cuestión escolar era el campo de enfrentamiento fundamental entre clericales y anticlericales, en España como en los restantes países católicos. Ferrer podría haber promovido o no atentados contra el rey, pero bastaba su papel de impulsor de una escuela sin Dios para que a los ojos de sus conciudadanos católicos fuera un personaje satánico. Y a su vez, la formidable reacción internacional que produjo su muerte, sólo puede ser entendida si tenemos en cuenta otro poderoso mito, el de la España inquisitorial. Un mito que se remontaba a varios siglos atrás, a los tiempos de Felipe II y de las guerras...