Egipto eterno - Viaje a los orígenes de la civilización más cautivadora de la Historia. De la noche de los tiempos y la legendaria época de los Reyes-Dioses al Imperio Antiguo de los míticos faraones.

von: José Ignacio Velasco Montes

Nowtilus - Tombooktu, 2010

ISBN: 9788497634991 , 256 Seiten

Format: ePUB

Kopierschutz: Wasserzeichen

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Preis: 7,99 EUR

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Egipto eterno - Viaje a los orígenes de la civilización más cautivadora de la Historia. De la noche de los tiempos y la legendaria época de los Reyes-Dioses al Imperio Antiguo de los míticos faraones.


 

EL EGIPTO FARAÓNICO ES, SIN DUDA, la civilización que más tiempo ha durado (3.000 años) y la que más atrae a millones de personas de todo el mundo. Sin embargo, estos 3.000 años son solamente el exponente histórico. Pero Egipto no surge de la nada, como florece un hongo a los pocos días de la lluvia: se ha ido formando con mucha anterioridad. Antes de iniciarse el periodo histórico, hay siglos de evolución en el que un grupo de personas que, en su emigración buscando mejores tierras y agua abundante, confluyen en las orillas de un río muy original: el Nilo. Es el río más largo de nuestro planeta y curiosamente el único (posiblemente) que corre desde el Sur hacia el Norte.
Sin el Nilo, el «Río» como le llamaban desde el principio de su evolución, no hubiera existido esta civilización. Como dijera Heródoto, el «Padre de la Historia», Egipto es un «Don del Nilo». Rodeado de zonas de enormes desiertos y montañas, con unos escasos oasis, en una zona del mundo donde desde hace miles de años apenas llueve, la existencia de este río de enorme caudal en ocasiones, que arrastra un rico limo desde la profunda África, podemos decir que Egipto no es sino el Nilo.
Sobre esta base y dependencia hacia su río, una verdadera autopista fluvial que le permitía comunicarse de un extremo a otro, se va a forjar un Estado, un Imperio, que causará el asombro de las futuras generaciones. Y de las obras de ese Estado, creo que es momento de decirlo, sólo ha aflorado de esos miles de años, poco más de un 33% de lo que se sabe y supone que existe. Y esta es una constante que nos sorprende, cada día, con una novedad. Con inusitada frecuencia, poco más de cada jornada, de cada semana, un nuevo descubrimiento aparece en los medios de comunicación. Y no ya sólo bajo el dorado manto del desierto o entre el lodo del Delta del Nilo, sino bajo el agua en diversos puntos, sobre todo en la actual Alejandría.
Muchos se preguntarán el porqué de este gran interés por Egipto. La respuesta es muy sencilla si nos hacemos una pregunta. ¿Hay algo más interesante que la evolución e historia de esta civilización y sus misterios por descubrir? A nivel personal, creo que no.
La personalidad de sus gigantescas obras, como las mastabas, las pirámides, los hipogeos y los templos, la hacen inconfundible. El estilo tan personal y fácilmente reconocible de su arte, sus muebles, sus joyas y pinturas, son igualmente la admiración de todos. El culto especial a la muerte con el paso al «Más Allá» que llenó el país de las momias mejor conservadas con los sarcófagos y ataúdes más bellos que se conocen, la legión de dioses con sus ricas personalidades, son en el conjunto de todos estos diversos aspectos un evidente acicate que lleva, al que conoce algún punto de su historia, a profundizar en su estudio. Y el que lo inicia queda esclavizado y ya nunca se liberará de querer saber más y más.
Pero todavía hay diversos aspectos de primordial importancia que no quiero dejar en el tintero. Y son, entre otros, su religión, politeísta, y monoteísta en algún momento, que han sido la base de muchos aspectos de las religiones posteriores que se conservan en la actualidad y en las que encontramos muchos rasgos comunes con bastantes de sus ideas. Egipto tuvo más de cuatrocientos dioses. Algunos de ellos, cambiando el nombre, pero no el trasfondo religioso, fueron aceptados por los griegos primero y los romanos después. Y con el devenir de los tiempos, si uno se detiene a pensar un poco, encuentra grandes reminiscencias en las actuales religiones en uso. Y es que, aunque nos pese, el humano desde tiempos inmemoriales miraba el cielo y veía el Sol, aceptando la existencia de un ser superior, creador de todo. Y este concepto se tamiza, se pule, crece, se mitifica, se escribe, se escinde en escuelas religiosas y es la base de la religión egipcia, enorme biblioteca de dioses con aspecto humano o figuras zoomorfas; hechos y mitos que van a perdurar por los siglos de los siglos en el mundo occidental. No olvidemos que Oriente es «otro mundo».
Pero aún hay más. Así tenemos el trasfondo de misterio que envuelve su historia, creciente conforme sabemos más y más de ella. Y es este arcano una de las razones que han dado lugar a una literatura paralela, menos ortodoxa que la de los egiptólogos académicos, pero que goza por igual de infinidad de lectores.
Este doble aspecto: ortodoxo y heterodoxo, ha dado lugar a ríos de tinta, milesde libros, millones de artículos y, de un tiempo a esta parte, una creciente cantidad de películas, vídeos, DVD, y hasta CD con la posible música que los egipcios escuchaban en su momento.
La imagen que se ha difundido sobre los sacerdotes y los magos egipcios, todos ellos unos «iniciados» en los secretos de la vida y la muerte, ha llevado a que se escriban aspectos como el que Jesucristo, durante los años de vida privada, de la que no se conoce nada, los pasó en Egipto iniciándose en varias «Casas de la Vida», el equivalente a las Universidades actuales. Y es que estos centros docentes eran el lugar en los que se penetraba siendo muy joven, tras una rigurosa selección. Y en ellos se formaba, de manera muy dura, a los que con el tiempo llegarían a ser alguien en el mundo del momento. En estas escuelas, en estas «Casas de la Vida» se prepararon sabios como Imhotep [1] , el arquitecto que hizo el primer edificio de piedra de la humanidad: la pirámide escalonada para el rey Djoser en Sakkara y el maravilloso recinto que la rodea. De estos centros de formación salieron igualmente los diversos arquitectos que, como Hemiunu y AnjHaf, diseñaron y construyeron la Gran Pirámide de Gizeh, escultores que tallaron la Gran Esfinge, y todos aquellos que, aunque ignorados sus nombres, hicieron posible muchas otras pirámides, maravillosas tumbas y gigantescos templos. A estas escuelas acudieron los más famosos escritores, filósofos y matemáticos griegos y romanos para beber en las fuentes de la sabiduría que, finalmente desapareció con el incendio de la gran Biblioteca de Alejandría.
De estas escuelas salieron los sacerdotes y escribas que desarrollaron los misteriosos signos jeroglíficos [2] . Escritura considerada durante siglos como algo misterioso y que, finalmente, fue posible leer gracias a la perseverancia de algunos cerebros privilegiados como el de Champollion, por citarle sólo a él. Ha sido la transliteración de los signos, su traducción y lectura, lo que nos ha ido abriendo las puertas para conocer gran parte, de momento, de una de las historias más interesantes del planeta Tierra.
En estas academias, verdaderas universidades de aquellos lejanos tiempos, se formaban unos médicos que se consideraron los mejores de todo el mundo conocido; o los astrónomos que lo sabían todo sobre el firmamento; matemáticos muy avanzados a su tiempo; escultores que modelaron y tallaron algunas de las mejores estatuas que existen, sólo superadas, miles de años después por Miguel Ángel, por poner un único ejemplo.
La más famosa «Casa de la Vida» era la del templo de Thot, en Hermópolis. En ellas se supone que se estudiaba: teología, himnos y cantos sagrados, astronomía, medicina, matemáticas (además, claro, de leer y escribir que era lo básico) Era habitual que los «Sacerdotes lectores» (los futuros magos) de todo el país acudieran a leer a las «Casas de la vida» importantes para encontrar todo lo concerniente a estos temas. En ellas disponían de unas magníficas bibliotecas en la llamada «Cámara de los Escritos» o «Casa de los Libros», lugar obligado de estudio para sacerdotes e iniciados.
No quiero hacerme más extenso y, para terminar, quiero decir que es este inicio de Egipto, estos primeros siglos anteriores a la historia, cuando se está forjando realmente el futuro. Y son esas primeras dinastías, las iniciales, un momento de la historia de Egipto de la que se ha escrito mucho menos que de otros periodos más próximos y lúcidos, como puede ser el Nuevo Reino y momentos estelares como la Dinastía XVIII, con Ajenatón, Tut-Anj-Amón, o el final de la civilización con Cleopatra VII, la sin par última Faraona de Egipto.
Y es precisamente en estos periodos más avanzados que cambian aspectos.
Así, en la Dinastía XXII el que hasta entonces se ha llamado «Rey» empieza a ser llamado «Faraón». Otro cambio, ya en la dinastía XVIII, es el de los ataúdes y féretros que pasan de ser rectangulares, como grandes baúles alargados, a adquirir un aspecto antropomórfico y llegar al mayor grado de perfección y belleza, plenos de dibujos de dioses y profusión de jeroglíficos en los que se pueden ver salmos, imprecaciones y textos para asegurar un buen tránsito del finado al Amenti, a los «Campos de Iaru», también llamados la «Campiña...