La Doncella de Orleáns

La Doncella de Orleáns

von: Francois-Marie Arouet Voltaire

Rey Lear, 2011

ISBN: 9788492403691 , 320 Seiten

Format: ePUB

Kopierschutz: DRM

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Preis: 6,99 EUR

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La Doncella de Orleáns


 

PRÓLOGO
por José María Merino


«SIENDO UN ADOLESCENTE, hace ya muchos años»... El inicio del canto VII de este poema es muy adecuado para que comience recordando mi primera lectura de La Doncella de Orleáns, tras el momento en que llegaron a la biblioteca paterna las obras completas de Víctor Hugo y las de Voltaire, dos colecciones de libros grandes —seis los del primero, cuatro los del segundo— editadas en Valencia en el último cuarto del siglo XIX. He podido heredar las de Víctor Hugo, ilustradas con pintorescas cromo-litografías, pero no las de Voltaire, que esta edición me ha hecho evocar con certeza, pues La Doncella... estaba allí adornada con los mismos grabados de Jean-Michel Moreau.
En aquellos tiempos sufría —sufríamos— de lleno la educación del franquismo, saturada de impregnación clerical: estúpida autocomplacencia, dogmatismo intolerante y, sobre todo, un culto obsesivo a la llamada «castidad», una pudibundez que, vista con la distancia de los años, resulta morbosa, más que ridícula, y para la que todo lo relacionado con el erotismo era considerado sucio, repelente, depravado y extremadamente pecaminoso.
Nuestros piadosos pastores estaban además muy alerta frente a las posibles contaminaciones lúbricas que pudiesen afectarnos por la vía de la lectura. Uno de los libros de la biblioteca de mi colegio, apenas nutrida por ciertas obras de meliflua religiosidad, de «autoayuda» para la continencia sexual y de ñoñas novelitas ejemplares escritas por un clérigo belga, era Lecturas buenas y malas a la luz del dogma y de la moral, del padre Garmendía de Otaola S.J., que hablaba sobre el mal que han hecho a la Humanidad los libreros perversos y los escritores sin conciencia, y trataba a Voltaire como a un ser demoníaco.
También en nuestros manuales, François-Marie Arouet alias Voltaire era considerado el ejemplo límite de la impiedad, el paradigma de los enemigos de la Iglesia, un especimen rastrero, protervo, capaz de nefastas influencias. Naturalmente que sus obras estaban en aquel Index Librorum Prohibitorum et Expurgatorum donde, entre muchos otros, se encontraba también aherrojado Víctor Hugo, con Anatole France, Balzac, Rabelais, Zola, Descartes, Erasmo, Stendhal, Galdós, Unamuno... Así que, como el Índice sólo dejó de estar vigente en 1966, gran parte de la biblioteca paterna olía a azufre y excomunión, y mi afición a la lectura hizo de mí un temprano réprobo.
Sin embargo, lo primero que me transmitió La Doncella... no fue el evidente ataque que supone contra la religión y la prepotencia eclesiástica, que ha constituido su principal signo de identidad, pues la verdad es que a mí no me escandalizaban los frailes rijosos que aparecen en la obra, ni el irreverente enfrentamiento entre los santos protectores de Francia y de Inglaterra, ni que el centro del poema esté constituido por la figura de la patrona de Francia grotescamente tratada, acaso porque ya sabía lo que era la sátira literaria, y había leído el Lazarillo y algunos textos más o menos escatológicos de Quevedo.
Lo que verdaderamente me hizo penetrar en un territorio nuevo fue la turbación sensual que la lectura de este libro fue capaz de hacer vibrar en mí, al describir los primores carnales de sus heroínas y sus apasionados encuentros con sus amantes, y que he vuelto a sentir con su lectura como cuando se recupera un sabor originario.
Creo que los encantos femeninos de la graciosa y casi involuntariamente promiscua Agnés Sorel, como los de la desdichada Dorotea, los de la intrépida Rosamore y los de la abnegada Juana fueron los primeros que tuve ocasión de conocer, al menos de modo virtual, y pienso que en mi pasión de lector, que había empezado muy de niño con algunos libros inolvidables —Heidi, La isla del tesoro, Tom Sawyer— y que se había fortalecido con los primeros Episodios Nacionales de Galdós y el Pickwick de Dickens, este libro supuso un paso firme en una convicción que nunca he perdido: que la literatura es un modo específico de conocimiento de la realidad, que no puede ser sustituido de ninguna manera.
Se puede decir que estas hermosas e incitantes heroínas de Voltaire me abrieron los ojos y los sentidos al júbilo del gozo de los cuerpos amorosos, y como las sesiones amatorias del poema suelen estar acompañadas de deliciosos bocados, también a la imaginación de la sensualidad del banquete refinado.
Sin duda que el sarcasmo con que en el poema son afrontados todos los temas sacros y solemnes, sobre todo las peripecias de la santa patrona de Francia, debió de influir en mi perspectiva de ciertas realidades, aunque el hecho de que aquel libro hubiese llegado a la biblioteca familiar indica que mi ambiente íntimo no estaba sometido a la ignorante beatería que predominaba en la sociedad de la época. Entonces desconocía que el primer manuscrito del poema había circulado de modo clandestino durante mucho tiempo, en vida de su autor, por el grave atentado que suponía al sistema de valores establecido y a la preponderancia eclesiástica, y que sólo el progresivo deterioro del texto furtivo, con interpolaciones y falseamientos, había forzado a Voltaire a asumir su autoría y a fijar la forma verdadera del poema, pero al leerlo, consciente del grave atentado contra los valores establecidos, mi principal atención se fijó sobre todo, como he dicho, en los aspectos eróticos y libidinosos.
Releído con la distancia de tantos años, creo que La Doncella de Orleáns es sobre todo un canto vitalista y epicúreo a los placeres del cuerpo, de los que son feroces enemigos tanto las doctrinas represoras como las guerras y los enfrentamientos bélicos:
«¡Hermana de la Muerte, devastadora Guerra/ honor de los matones que por héroes tenemos...», comienza diciendo el Canto XIX.
Por otra parte, la irreverencia del poema, tan escandalosa para algunos, no debería hacernos olvidar que Juana de Arco no murió como consecuencia de ninguna sátira, sino asada viva en una hoguera en 1431, como bruja y hereje, por condena de la misma Iglesia que, con la inconsecuencia que le permite su larga vida, la incorporaría al santoral en 1920.
En el fondo del poema late una especie de «Carpe diem» que se opone a la hipócrita abstinencia de las religiones cuyo dios único no es capaz de reír —recordemos a los jocundos dioses clásicos— y a las trompetas beligerantes de las patrias. El poema resulta también un homenaje a la épica de héroes y caballeros que proviene del mundo antiguo y pasa por el ciclo artúrico y el Orlando Furioso, y su intención burlesca, por muy corrosiva que pueda resultar, no le impide ser una historia bizantina entretenida y bien trabada, de encuentros y desencuentros entre peligros incesantes, otra historia magistralmente hilvanada por quien en Cándido, La princesa de Babilonia o Micromegas demostró su genialidad para exponer las ideas filosóficas sin que se pierda el interés dramático ni el pulso narrativo.
Voltaire vuelve a estar de sorprendente actualidad en los tiempos que corren, cuando las caricaturas del profeta Mahoma en una oscura publicación han provocado manifestaciones multitudinarias con víctimas humanas y graves conflictos internacionales, y cuando el Santo Pontífice, muy lejos ya de la «risa pascual», formula en su última encíclica la requisitoria de una autocrítica de la modernidad desde la exigencia de la rendición incondicional —la razón, sólo mediante «la apertura... a las fuerzas salvadoras de la fe» se transforma en una «razón realmente humana», pues en caso contrario el hombre «se convierte en una amenaza para sí mismo y para la creación», y un reino «instaurado sin Dios» desemboca en el final perverso de todas las cosas...— imponiendo una especie de exclusiva y excluyente «ley natural» metafísica y tergiversando el pensamiento racional estricto —Razón versus Fe— surgido a partir de la Ilustración.
Así, por encima de otras consideraciones, esta risueña y hasta bufonesca Doncella... puede resultar al menos un arma defensiva de la sospechosa Razón simplemente humana, ya que no hay cosa mejor que el sarcasmo para hacer tambalearse las apariencias pomposas y carcomer la rigidez de los dogmas.
La versión que yo leí en mi lejana adolescencia estaba en prosa, y, por lo que he podido apreciar, la misma traducción —de anónimo autor— se ha utilizado a través de los años, en sucesivas ediciones. La presente edición muestra La Doncella... traducida por primera vez por Juan Victorio al español desde el propósito de respetar el verso. Para hacernos una idea de lo que ha supuesto esta versión basta comparar los diferentes textos del inicio del Canto I. En francés:
Vous m'ordonnez de célébrer des saints:
Ma voix est faible, et même un peu profane.
Il faut pourtant vous chanter cette Jeanne
Qui fit, dit-on, des prodiges divins.
Elle affermit, de ses pucelles mains,
Des fleurs de lys la tige gallicane,
Sauva son roi de la rage anglicane,
Et le fit oindre au maître-autel de Reims.
Veamos el mismo fragmento en la versión española anónima que se repite desde el siglo XIX:
Yo no he nacido para cantar a los santos. Mi voz es débil y algo profana. Sin embargo es preciso que cante a la célebre doncella, que según voz pública, realizó prodigios divinos. Aseguró con sus manos virginales las flores de lis de la Galia, salvando a su rey de la rabia de los anglicanos, y consiguió ungirle con el óleo sagrado en el altar mayor de Reims.
Y ahora, la versión en verso de esta edición:
Para...